En el derecho anglosajón, de cuya tradición y esencias Menorca tal vez podría inspirarse, se incluye una tercera posibilidad a los veredictos judiciales. A las declaraciones de culpabilidad o de inocencia, se añade allí otra vía que los ingleses inventaron hace siglos: la «culpabilidad no probada» y así los jueces despachan en Londres lo que «todos sabemos que es verdad aunque no podamos probarlo».
Otra cosa es que la verdad importe mucho o no, a estas alturas.
Llevamos muchos años con esta Fundación Rubió y creo que ya va siendo hora también de cambiar de perspectiva o ampliar la mirada a la hora de juzgar o escribir sobre sus problemas, acciones o actividades. Así, de un legado Rubió a gestionar o explotar creo que deberíamos empezar a verlo como una misión o unos valores por difundir. No es de recibo que una Fundación cultural o social, con su estructura profesional y tal, no genere recursos por su propia cuenta, en base al mensaje que difunde o a su credibilidad, y contemple únicamente repartir el alquiler de su sede (que ya no gestiona…) o el rédito de sus colocaciones en bolsa, y que encima eso se vea como normal en editoriales de prensa. En nuestra actual sociedad una fundación se dedica a un fin más o menos trascendental y bajo ese paraguas se supeditan las acciones que emprenden. Su imagen misma o su proyección ya recaudan fondos.
Una fundación normal crece y genera empleo y recursos en base a un montón de aportaciones en función del calado de su mensaje.
En las reuniones de las fundaciones normales se habla de arreglar el mundo, no del posible cheque que darán, de la foto que se harán o de los intereses que recibirán. Aquí está el principal problema. No hay nada que no pueda arreglarse si hay buena disposición pero no conozco ninguna fundación que no haya recibido aportación alguna por parte de sus patronos o de la sociedad a la que sirve. Miento, conozco una, la Fundación Rubió.