A Sócrates lo condenaron de forma injusta por «pervertir a la juventud ateniense».
El bien jurídico a proteger es la juventud de un pueblo y ahí se debe de empeñar un gobierno que se precie de serlo.
El medio de comunicación más visto y con más capacidad de manipular a la población es la televisión y es en este medio en donde se deben de dar máximas de educación cívica y social.
En España y en el mundo hay varios vicios sociales que hay que combatir. Los hay que no se transforman en enfermedades, pero, en cambio, hay otros que si y que la administración tiene la obligación de combatir, como son: el alcohol, las drogas y el juego que, a su vez, se convierten en el alcoholismo, la drogadicción y la ludopatía, respectivamente.
Cualquiera de ellas atacan directamente a la familia como célula base de toda sociedad.
Un alcohólico dentro de la tragedia, aún con una treintena de euros diarios para alcohol mantiene su vicio-enfermedad; pero el drogadicto o ludópata necesita cien veces más dinero para evitar el mono. Su enfermedad les llevará a maltratar agresivamente a su familia, robar en su propia casa para venderlo y delinquir para satisfacer su necesidad enferma.
El drogadicto o el ludópata, cada vez necesita mayores dosis o hacer apuestas más fuertes, les acorrala el síndrome de abstinencia y viven instalados en la mentira y en la inmoralidad para conseguir el dinero necesario para satisfacer su enganche.
El garante de la salud pública es, sin duda, el Gobierno y tiene obligación de velar por ello.
¿Por qué el Gobierno permite que se invadan nuestros hogares y penetre el virus del juego a través de cientos de anuncios televisivos ensalzando la bondad del juego y que, avalados por los descerebrados astros del fútbol como Neimar o Cristiano Ronaldo, nos ofrecen ganancias al instante? Incluso nos regalan como anzuelo un dinero inicial para apostar y perder.
¿Dónde está el Gobierno garante de nuestra salud? Ese Gobierno que nos empuja al vicio que, a su vez, se convertirá en enfermedad, desastre y sufrimiento en miles de familias, además de mendicidad y elevados gastos médicos y sociales en tratamientos futuros. O, ¿es que pretenden eliminar el paro enviando a la gente a la ludopatía, y a continuación, en su desesperación, quizás, al suicidio?
¿Por qué los gobiernos españoles se empeñan en dar pingües ganancias de cientos de miles de millones de euros a estas empresas de juego a costa del bolsillo y la salud de su pueblo?
Esa enfermedad, la ludopatía, crea un impulso irreprimible de apostar cada vez más, a pesar de ser el enfermo consciente de sus nefastas consecuencias. Está reconocida como una grave enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Es vergonzoso descubrir que en un canal de deportes de la pública TVE, el TDT, durante los partidos de baloncesto se promocionaba la empresa de apuestas Sportium. Es decir, no se permite propaganda de bombones y turrones navideños, pero sí de apuestas de dinero para que los cientos de miles de niños y jóvenes deportistas que lo siguen, piquen y destrocen su virginal porvenir. Incluso, los menores de edad desde sus móviles aprenden pronto a delinquir falsificando los datos para poder jugar on line con el consentimiento tácito de esas éticas empresas de apuestas y, por supuesto, de nuestros éticos Gobiernos.
¿Por qué el guardián lo permite?. ¿Dónde está el Consejo de Sabios de la televisión nombrado por el Gobierno y su ética tan vociferada?
España se ha convertido en uno de los países con más incremento de la ludopatía y hay una enorme preocupación por parte de los expertos y por la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (FEDAR) por la entrada en nuestros hogares del juego on line y piden a las autoridades que se controle exhaustivamente, especialmente en edades tempranas ya que se incrementa exponencialmente la adicción.
Es necesario prohibir toda publicidad nociva para nuestra sociedad y cortar por lo sano. Hay enormes dosis de cinismo y falsedad en los que nos gobiernan, en cambio, el honesto Sócrates no quiso huir de la cicuta y murió empeñado en cumplir la injusta sentencia de muerte.