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Se equivoca Carlos Salgado al suponer que lo de «Hablar sin tabúes» de mi artículo en «El País» se lo pido solo al Partido Popular. Y no se trata de «buenos rollos» ni «talantes». Lo que le pido a toda la clase política es que salga de sus respectivas trincheras y se ponga a hablar de los graves problemas del país sin tabúes o líneas rojas, como lo han sido el rocoso No es No de Sánchez, cuando era evidente que por sentido de Estado su partido debía abstenerse, o la pertinaz postura del PP de judicializar el tema catalán, prescindiendo de cualquier atisbo de solución política desde su feroz oposición al Estatut, o la propia deriva maximalista de un nacionalismo lanzado al monte.

Un buen abogado como lo es Carlos Salgado no puede prescindir de la Ley de Claridad del Tribunal Supremo sobre el contencioso de Quebec que en lugar de atrincherarse en otra especie de No es No estipuló una manera inteligente y civilizada de resolver el desafío, bien distinta a la de los sucesivos gobiernos españoles y que ya he explicitado aquí en multitud de ocasiones y que resumo en mi artículo de «El País». Como era también interesante en su momento la propuesta del exdiputado del PP y padre de la Constitución Miguel Herrero de Miñón de un blindaje de competencias culturales para Catalunya, un tope fiscal y un posterior referéndum.

Me reafirmo en mi idea de que la democracia es efectivamente la teoría y práctica del mal menor. No hay soluciones milagrosas ni fáciles para problemas complejos, desgraciadamente éste es el lema de los populismos, tanto de izquierdas como de derechas, asunto que hoy, en vísperas del resultado electoral en EEUU tiene al mundo conteniendo la respiración. Y me congratulo de que la extrema derecha española esté inactivada en el seno del partido conservador (hoy en «Es Diari» aparece una significativa opinión pro Trump de un dirigente popular), cuando en el resto de Europa es una auténtica amenaza.

Vuelve a equivocarse Carlos Salgado al atribuirme una reclamación de talante al «repugnante» gobierno de Rajoy. De lo que hablo en mi artículo es de cierta «repugnancia política» (quizá me excedí, podía haber escrito malestar) por la continuidad de un presidente de Gobierno tan contaminado por la corrupción (el «Luis sé fuerte» no hubiera resistido veinticuatro horas en cualquier país de nuestro entorno), pero mira por donde, Carlos, ahora me parece un mal menor. Y ojalá el nuevo gobierno, haciendo de la necesidad virtud sea capaz de entenderse con los demás en asuntos sensibles.