Las repeticiones de mentiras referidas a la Iglesia Católica en España nunca constituyen verdad, sino que alimentan tópicos fáciles de desenmascarar. Por ejemplo, se dice sin más que nuestra jerarquía jamás ha pedido perdón por su cooperación u omisión en unos determinados momentos de nuestra historia.
En este punto cabe hablar de ignorancia o de ofuscación ideológica por parte de quienes promueven dichas acusaciones. Porque, sinceramente, valdría la pena un breve repaso por la hemeroteca para desechar tales falacias.
Simplemente citaré como referencia el documento publicado el 26 de noviembre de 1999 por la LXXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, titulado «La Fidelidad de Dios dura siempre», citadas en el discurso inaugural de la XV Asamblea Plenaria de la CEE, en noviembre de 2007 por su entonces presidente Mons. Ricardo Blázquez: «También España de vio arrastrada a la guerra civil más destructiva de su historia. No queremos señalar culpas de nadie en esta trágica ruptura de la convivencia entre los españoles. Deseamos más bien pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra. Que esta petición de perdón nos obtenga del Dios de la paz la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resolución de las diferencias políticas y sociales».
Pero ya podemos traer a colación un tópico y desmontarlo que no sirve para nada, puesto que siempre se repiten los mismos esquemas aplicados a nuevas realidades. Véase, por ejemplo, lo que sucede con los obispos en muchos medios de comunicación: unos son buenos, buenísimos; otros, malos, malísimos.
Si Mons. Sebastián promueve un acto de desagravio en la Catedral de Pamplona, presidiendo descalzo una procesión, recibe alabanzas por doquier; mientras que si Mons. Cañizares hace un llamamiento a la comunidad cristiana para que, en el ejercicio de la libertad religiosa, participe masivamente en un acto de desagravio ante las ofensas infringidas a los sentimientos de los católicos, se le acusa de prepotencia, de triunfalismo, etc. Y pocos se detienen a analizar las causas y los efectos de los comportamientos que se critican.
Acepto también, aunque no comparto, que algunos tengan una visión política de la Iglesia. El predominio de lo ideológico sobre lo religioso nos cierra a una comprensión más teológica y amplia de las personas y de los acontecimientos. Todo se ve como una lucha por mantenerse en el poder y la defensa de unos intereses, aplicando el mismo cliché a todas las realidades eclesiales, valorándolas positiva o negativamente según su cercanía o lejanía con nuestra forma de pensar.
Por esta misma razón, se agradecen gestos como la postura de Més per Menorca respecto a una iniciativa de sus colegas mallorquines, acerca del tenor literal de una iniciativa parlamentaria sobre las inmatriculaciones de los bienes eclesiásticos, expresando su disconformidad, tal como se pudo leer en las declaraciones del Sr. Nel Martí en las páginas de este periódico. Y uno se queda algo triste y pensativo después de haber leído el «Bloc de notes» del Sr. Josep M. Quintana, publicado también en el Diario MENORCA del domingo, sin saber si la primera parte sobre la Iglesia en Francia, que comparto plenamente, podría ser simplemente un pretexto para sacar a relucir los tópicos y clichés repetidos sobre la Iglesia en España o sobre nuestro Arzobispo metropolitano, de los que he hablado más arriba. Si no es así, le pido perdón.