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El otro día mientras degustaba una sabrosa y calórica kangre-burguer en «La Taverna». Estuve conversando con un grupito de jóvenes, sin duda los grandes damnificados de la severa y persistente crisis o cambio de sistema que hemos padecido, y que según el partido del gobierno y sus pregoneros oficiales ha terminado. Pero tanto si ha finalizado como si no, lo que quedara, sin duda, son los efectos colaterales en forma de recortes y derechos, en el ámbito laboral que nos ha regalado.

Lo que se encuentran hoy en día estos jóvenes, es falta de trabajo, precariedad en las condiciones de quienes lo consiguen y la remota perspectiva de encontrar un empleo estable. Estos condicionantes han marcado sus pautas de comportamiento, han enquistado en su mente la loable idea de que no hay que gastar, actitud muy plausible por su parte, pero tremendamente nociva para la economía. En una Isla donde no se puede competir con la oferta exterior que han facilitado enormemente las nuevas tecnologías, dependemos totalmente del consumo de la gente que reside aquí y del tan denostado turismo.

Ojalá sea verdad, que las circunstancias cambien y el mercado laboral mejore. Desaparezcan definitivamente los negros nubarrones, que se vislumbraban en la bóveda celeste de los vericuetos por los que deben transitar los jóvenes y aparezca en su nuevo sendero un cielo diáfano y claro. Seguro que con nuevos condicionantes valorarán la posibilidad de cambiar sus rutinas, apartarán de su cabeza la idea de gastar menos y pensarán que el antes utópico pensamiento de ganar más es ahora posible. Esto mejorará sin duda, sus ilusiones, su estado de ánimo y calidad de vida.