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A la intempestiva hora de las 2 de la madrugada, y después de patear los tres kilómetros, de los tenebrosos pasillos subterráneos, que comunican la calle Genosa con la Boncloa, llegó Luigi Barcini a su destino, vestido con un chándal azul, homenajeando servil al partido que se lo había dado todo.

La verdad es que su aspecto era inmaculado, las interminables sesiones de spinning tenían ahora su justa y merecida recompensa. Su resistencia física había mejorado muchísimo en Alcatraz y su aspecto era inmejorable, su bella esposa estaba encantada, con un par de semanas ya le había hecho olvidar los dos años de pertinaz y dolosa sequia, con la que los habían fustigado el abominable juez Ris.

Al abrir la puerta de la bodeguilla, y llorando desconsolado, el jefe Periano se abrazó mimoso al estilizado Luigi, sobándole curioso la barriga y los pectorales, y admirando extasiado, el atlético cuerpo del Adonis Luigi para decirle emocionado:

-Gracias por todo, Luigi. Te has sacrificado, eres un valiente, balbuceó emocionado Periano.

-Por ti haría lo que fuera, jefe. Me lo has dado todo, con su segura y firme voz dijo Luigi.

-Habrá sido eterno, aseveró Periano.

-A todo te acostumbras, la verdad es que entre el gimnasio, el libro «Las cien mejores maneras de blanquear dinero», las partidas de dardos, con la motivadora diana en forma de rostro del juez Ris, y el redundante e insistente sueño de llegar algún día a recalar en Suiza he logrado las fuerzas necesarias para atravesar esta tormentosa inmolación a la que he sido sometido, adujo orgulloso Luigi.

-Sé lo que habrás pasado, pero para esto te escogimos a ti, nadie tiene tu entereza moral, ninguna persona tu fortaleza mental, reúnes en tu ser todos los atributos que para sí quisieran todos los grandes líderes, alabó feliz Periano.

- Por aquí que tal, interrogó curioso Luigi.

-Bueno, ha aparecido una especie de Robin Hood, un tal Catedrales, que se cree el redentor de los desamparados, con melenita y barbita a lo Jesucristo. Va pregonando utopías, dice que va a quitar a los ricos para dárselo a los pobres. Ya sabes, una especie de Filipo Generales antes de ser millonario, comunicó el descreído Periano.

-La historia se repite mil veces y los pobres incautos siguen pensando que todo cambiará, sostuvo seguro Luigi.

-La Berkel lo pondrá en su sitio, la admiro, cuando se enfada, se convierte en la tormenta perfecta. Aniquila a los vendedores de humo y a cuantos mercaderes ofrecen un utópico estado de bienestar, observó con una cómplice sonrisa Periano.

-Sin duda ha sido la mejor dirigente europea después de José, adujo el convencido Luigi

-Hay que llevarse bien con ella, es la que maneja la pasta, testimonió el devoto Periano.

Y en estas suena el móvil, la mujer de Luigi está impaciente, quiere volver a estar con él, es un volcán en permanente estado de erupción, nunca termina de sacar la lava, por lo que Luigi se despide, tiene deberes que cumplir y él es sin duda un tío de verdad.

-Adiós jefe, te dejo el sobre de este mes y los atrasados, apostilla el eficiente Luigi.

-Adiós Luigi, susurra llorando emocionado el jefe Periano, pensando que nunca habrá nadie como Luigi.

José Luis Orfila Tudurí
Sant Climent