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Tan pronto llegaban los catalanes a la casa fonda de la calle de Santa Ana, esquina con la de San Sebastián, corría la voz entre la chiquillería. Lo mismo sucedía con otras familias de procedencia levantina que llegaban cargados con fardos de quincallería.

En otras ocasiones ya hablé de mi amistad con el rumbero catalán, y mentiría si explicara que cantaba o hacia sonar la guitarra y si lo hizo en alguna ocasión, yo no lo recuerdo, pero en mi mente está presente un chico muy moreno con un pelo exageradamente rizado y encrespado con unos pantalones largos y americana que de un kilómetro a lo lejos se divisaba que no estaba hecha a su medida. Quién sabe, debió ser de algún antepasado.
Mientras se encontraban en nuestra ciudad, todas las mañanas ben dematinet su madre, creo que también estaba su abuela y una señora mayor iban a la fuente de la plazoleta donde lavaban la ropa, aprovechando para lavarse los pies y brazos. Recuerdo que se llevaban aquella colada chorreando tendiéndola en la ventana de la habitación, lo que llevaba a más de una discusión ya que el vecindario no estaba hecho a esta costumbre.

No sé qué año debió ser cuando Peret ya era famoso y vino a actuar a la Isla, tampoco recuerdo dónde y lo siento de veras, me acerqué a él explicándole estos detalles de infancia. Él, que era un artista de la cabeza a los pies y un buen comercial, vendía discos, cintas y lo que fuese, se alegró del encuentro haciéndolo reír al recordarle lo del traje y de aquel padre suyo que era un auténtico catalán, un charlatán que te vendía un traje te regalaba otro y a veces añadía por el mismo precio el forro de la americana.

En estos momentos, de su subida al cielo, le mando mis flores y mis oraciones, para que los comparta con otros niños que jugaron con nosotros y que hace tiempo le salieron camino.