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Cuánto tiempo, Dios mío, sin leer una buena noticia procedente de un alto mando. ¡Aleluya! En este viernes último de enero en portada un titular de los que "repiquen talons", ya era hora de disponer de alguien con "cara i ulls".

Felicidades señor Pons por su reacción, por comprender el grave problema del cual venimos padeciendo desde los siglos de los siglos, no es nada nuevo, los menorquines hemos pagado muy caro el haber sido zona roja, según comentan los mayores, pero como todo tiene fecha de caducidad, ya va siendo hora de que este mal endémico se aparque o, mejor diría yo en términos marineros, quede fondeado bien sea en el lodo, bien en un limpio fondo, lo que cuenta es que nuestro puerto vuelva a resurgir.

No tema, don Alberto, no me voy a enrollar con mi tema preferido, el que me sale del alma, el único que hace que al escribirlo sobre el papel tal cual bordara "punt mallorquí" no me tiemble mi mano. Nací a escasos metros de la baranda de la Miranda, la del Trocadero, mientras la música del cabaret sonaba algún foxtrot y uno de los veleros de la naviera ibicenca Matutes elevaba el ancla. Fueron mis primeros sonidos, mientras en el dormitorio de mis padres se olía a salitre, a mar, a algas y brea. Le explico todo esto porque pueda comprender mejor mi delirio de "dona de baixamar". 34 años escribiendo sobre toda clase de temas con el corazón en un puño ante tantos ineptos, usted ha hecho que la lluvia de este día haya brillado con luz celestial, con una aureola de esperanza. Gracias.

Y me despido con la plena confianza de sus palabras y que por fin desaparezcan la gran cantidad de embarcaciones que se hallan varadas en las "tanques" de huertos y predios al no poderlo hacer en el mar por culpa de su elevado coste, hagamos que todo vuelva a la normalidad, que los ricos, y los pobres también, puedan disponer de un amarre como habíamos dispuesto toda la vida. Que ya va siendo hora, don Alberto, que no hay derecho que el mejor puerto y el más codiciado del Mediterráneo haya sido relegado.