TW

Cuando una organización no gubernamental nos avisa, que la mitad de la riqueza mundial se encuentra en manos del 1% de la población. Cuando nos alertan, que la riqueza de la mitad de la población más pobre del mundo, es la misma que ostentan los 85 más ricos del planeta. Cuando la Comisión Europea nos informa, que en estos momentos uno de cuatro trabajadores europeos se encuentra en el umbral de la pobreza, y que España es el segundo país europeo con peor repartimiento de la riqueza. Cuando el foro de Davos (donde se reúne la élite mundial, empresarial y política) se alarma ante la desigualdad social creciente, y encargan a setecientos expertos mundiales, soluciones para paliar esta situación. Cuando el Papa Francisco en su primera Encíclica nos indica, que dichos problemas vienen de ideologías económicas neoliberales que defienden la autonomía de los mercados y la especulación financiera. Cuando nos desvela, que, el liberalismo económico de la teoría del derrame, nunca probada, aquella que dice,-- que todo crecimiento económico favorecido por la libertad del mercado financiero provoca mayor equidad e inclusión social--, resulta ser falsa al apoyarse, en la burda confianza de la bondad de aquellos que ostentan el poder económico.

Cuando, sin teorizar tanto, en España sabemos que cientos de miles de jóvenes trabajadores han salido del país en busca de un trabajo. Cuando a pesar de ese dato, el paro laboral sigue siendo del 26%. Cuando se conoce que el número de empleos destruidos, también en este último año, supera con creces al de empleos generados. Cuando ya se sabe que tenemos mucho más de 1.832.000 familias en España con todos sus miembros sin trabajo. Cuando nos advierten recientemente desde la Comisión Europea que la situación laboral en nuestro país no se arreglará hasta dentro de diez años.

Cuando todo esto ocurre, constatamos que tenemos aquí y en Europa un problema. Un alarmante problema social. Una creciente desigualdad entre ricos y pobres, socialmente insostenible.

Y por si no fuera poco, resulta que ese liberalismo desregularizado que propugnan las oligarquías, es puro cinismo, ya que en la práctica, resulta que en las alturas financieras o desde sectores del capitalismo comercial o industrial, se aferran a la regularización casi soviética que representa el amiguismo político, el estar junto al poder para llevarse prebendas y grandes inversiones al margen de la tan cacareada competencia del mercado. Al mantenimiento de paraísos fiscales. A la impunidad ante la justicia. Mientras, eso sí, aplican despiadadamente el liberalismo sin concesiones a la mayoría de la población.

Nada mejor que conocer el origen del mal que nos afecta. La avaricia. La avaricia de este capitalismo malentendido que hemos permitido, que amenaza con romper el saco y llevarse por delante estados de bienestar, democracias, valores morales, trayéndonos ruina, y crecimiento de la desigualdad. Ese desboque del capitalismo se forjó hace un par de décadas con la desregularización del mercado financiero. Sin cauces que lo contuvieran se salió de madre, se envalentonó, y ahora pagamos las consecuencias.

Conviene urgentemente encontrar soluciones para reconducir y revertir la situación, o dejaremos de jugar a un juego donde siempre ganan unos pocos y al resto de tanto perder solo les quede, la desesperación. Y cuando la pregunta de ¿qué hacer? agobia y se extiende entre la mayoría de la población sin encontrar respuestas, cuando no se encuentran esperanzas, la docilidad se acaba. Entonces la historia nos avisa, se rompe la baraja y se vuelve a repartir juego. Lo malo es que llegar a ese punto conlleva imprevisibles consecuencias y mucho sufrimiento. ¿La avaricia de unos pocos, va a permitir evitarlo?