Imagen generada por Inteligencia Artificial con fines ilustrativos.

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Flagrantes contradicciones del liberalismo insular. Gente que por la mañana arremete contra el demoniaco social comunismo bolivariano porque quiere intervenir en el sacrosanto mercado, que ha comprado los argumentos de la motosierra de Milei, de Trump, de Elon Musk, de Díaz Ayuso, que se indigna porque el Estado quiere meter sus pezuñas en ese precioso y natural fluir de la economía capitalista, distraer la mano en sus bolsillos para desplumarles a impuestos… Los mismos que por la tarde exigen que se impongan más vuelos en la ruta de Obligación de Servicio Público a Madrid, que reclaman que el Estado imponga coto a los precios en la conexión con Barcelona, que ven como un derecho innegociable el descuento de residente del 75 por ciento... Como si todas esas medidas no fueran exactamente eso, puro intervencionismo para corregir la lesa solidaridad de ese querido libre mercado, tan perfecto y sabio que –no nos engañemos– con su infalible regla de la oferta y la demanda no dudaría ni un segundo en dejar a su suerte invernal a un territorio pequeño y aislado como Menorca, donde apenas residen 100.000 clientes pobretones que no le salen a cuenta a nadie.

Llamativas contradicciones del liberalismo insular. Empresarios que por la mañana despotrican de lo público, que pontifican sobre las bonanzas del libre albedrío de la economía, que se rasgan las vestiduras reclamando bajadas de impuestos, que vaticinan el apocalipsis para sectores enteros ahogados por las cargas fiscales... Y que ya por la tarde corren a reclamar excepciones al mercado para compensar los efectos de la insularidad, que cuando llega una crisis como la de la covid se apresuran a cumplimentar formularios para recibir ayudas públicas, que exigen y exigen a las administraciones soluciones a los efectos perniciosos del globalismo para la economía local, que cierran la boca y abren la mano cuando se aprueban subvenciones para promocionar sectores económicos... Como si todo eso no fuera vil intervencionismo, la alargada, peligrosa y maliciosa mano del poder público intentando corregir los excesos insensibles del adorable mercado.

Tristes contradicciones del liberalismo insular. Obreros liberales. Gente que apenas llega a final de mes, que trabaja de sol a sol por un sueldo de mierda, que corre a toda prisa por la carretera en su Seat de segunda mano, adelantando ansiosamente a todo el que se encuentra, para llegar pronto a casa y estirarse lo antes posible en el sofá para enchufarse a Twitter, Instagram, Facebook, Tik Tok, Netflix... Lo que sea para no tener que pensar en que el contrato de alquiler se le termina en ocho meses, en que el fantástico libre mercado, en su infinita sabiduría, se dispone a subirle la renta hasta lo indecente, que está a tres telediarios de convertirse en todo eso que desprecian sus criptobros favoritos y los dueños de esas plataformas omnipotentes que ahora quieren gobernar el mundo. Gente que por la mañana entra en los comentarios para difundir la buena nueva del libertarismo y por la noche llora la desgracia de su desprotección contra las dinámicas que éste impone. Como diría el infame Rodrigo Rato: esto es el mercado, amigos.