“Vine a París por el Louvre”, afirmaba su progenitor, un hombre nacido en la extinta Yugoslavia, que en 1971, cuando tenía 21 años, llegó a Francia enamorado del arte y de una poetisa también yugoslava que se convirtió en su mujer y en la madre de Jakuta.
En la sección de Antigüedades, en la sala de las Cariátides, donde pudo disponer de una cama plegable, la autora recuerda algunas anécdotas que él le contaba. En su juventud utilizaba el Louvre como cuartel general pues era un lugar más acogedor que las buhardillas de alquiler en las que vivía. Allí leía libros en francés para aprender el idioma, aprendió a contemplar obras de arte y lo colores y, en alguna ocasión, utilizaba los servicios para limpiarse los dientes.
Convencido de la importancia de las apariencias, ese personaje optimista pensaba que la falta de dinero no era problema porque tenía el suficiente para aparentar que sí. Por eso decía que una buena inversión inmobiliaria era comprar un abrigo elegante. “Un abrigo con el que vivir, vivir intensamente, para aplazar al máximo el momento de irse a la cama”.
En su especial noche en el museo, Alikavazovic no puede evitar acordarse de algunas singulares historias que le ocurrieron con él en el mismo recinto cuando era una niña. En una ocasión en la sala de la Venus de Milo, su padre le dijo que la esperara y luego la dejo olvidada, hasta que, al cabo de un tiempo interminable, que ella no puede precisar, llegó corriendo, sin aliento, preocupado y la tomó de manos del vigilante que se había hecho cargo de la pequeña abandonada.
No menos extraña era la pregunta que le hacía a veces siendo ella menor. “¿Y tú cómo te las ingeniarías para robar La Gioconda?”
No es extraño que con estos antecedentes Jakuta Alikavazovic quisiera dormir en ‘el lugar de los hechos' e intentara burlar las normas llevando en su bolso algo prohibido. ¿Qué puso en su pequeño equipaje? Esa es otra historia.
Como un cielo en nosotros
Jakuta Alikavazovic
Traducción de Vanesa García Cazorla
Editorial Muñeca infinita
107 páginas
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