Costix es un pequeño municipio del Pla de Mallorca, conocido por su feria de las flores en mayo y por albergar valiosos restos arqueológicos. Allí, el tiempo pasa al ritmo de las estaciones sin demasiados sobresaltos. Este martes tenía una temperatura de 25 grados y una humedad del 74%, pero en el ambiente flotaba la persona que durante doce años fue su alcaldesa, y también consellera balear de Cultura, presidenta del Consell de Mallorca y del Parlament. Su nombre: Maria Antònia Munar (Sa Princesa cuando el viento soplaba a su favor).
El 4 de octubre de 2016 pasará a la historia de la política balear cuando, ella y en otro tiempo todepoderosa, declaraba entre sollozos ante un tribunal: «No solo estoy privada de la libertad, estoy muerta políticamente y socialmente».
Su rostro, oculto bajo una melena rubia, reflejaba el hundimiento de una persona que ella, y solo ella, se buscó la ruina. Su cara, entre lágrimas, era un poema.
Al verla frente al tribunal recordé a un Jaume Matas exultante en la boda de su hija, normal era un día especial. Pero el rostro es el espejo de alma. Lágrimas (Munar) y sonrisas (Matas) son una doble cara, aunque ambos tengas deudas pendientes con la sociedad.
Maria Antònia Munar era, ante el tribunal, una persona abatida. Expresaba arrepentimiento y una solicitud de perdón.
Yo la recuerdo en pleno esplendor, cuando era consellera de Cultura y Deportes, y decidía sobre la pista de atletismo de Maó o la restauración del Bastió de sa Font y de la Catedral.
Hoy llora por sus penas (mientras otros ríen). Dice que lo siente «mucho».
Todos nos podemos equivocar, pero tú, Maria Antònia, ¿por qué lo hiciste?... si lo tenías todo.
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