Hay cosas que en esta vida son absolutamente prescindibles. La lista es rápida de hacer al ritmo del tiempo que se tarda en tomar un café o una zarzaparrilla. Pero claro, los intereses y gustos cambian (no me refiero a las bebidas). Por ejemplo, hace ya muchas, demasiadas, lunas que yo era uno de tantos ibéricos que me indignaba si Francia no nos daba ningún voto en Eurovisión.
En estos momentos, perdería cualquier premio que preguntase quién ganó la última edición. Para mí es prescindible, no por nada pero es que con las neuronas que me quedan intento centrarme en otras cosas.
Burla burlando ya he consumido demasiado caracteres. Voy directo al grano. Se está celebrando el debate de política general de la Comunidad Autónoma de las Illes Balears, un acontecimiento, voy a ser sincero, que no me va a cambiar la vida. Ergo, para mí como ciudadano de a pie (no como periodista o periodisto) es absolutamente prescindible. Y lo digo con conocimiento de causa, porque a lo largo de mi carrera las grandes palabras que han sonado en la Sala de las Cariàtides no me han sobresaltado o emocionado. Lo siento, y lo digo desde el máximo respeto a los diputados y diputadas, pero el mismísimo Luis Carandell lo tendría difícil (o no).
Dicho resumidamente, y puede que mi opinión esté condicionada por mi profesión, esta maratón parlamentaria a la que asistimos es lo mismo, salvo excepciones (pongamos la lupa de Sherlock Holmes), que el bla bla bla de cada día de unos y otros. Esto pasa aquí, en Extremadura y en el Congreso.
El año en el que la sociedad se pare ante un debate de estas característica como ante el final de series como «Heidi» o «Lost», será histórico. Y como se me acaba el espacio, otro día hablaré del «instar a...». Otro clásico
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