Puede que el avistamiento de un espectacular banco de cetáceos a escasas millas de Son Bou sea una especie de profecía.
En estos atribulados primeros días de julio tenemos demasiados frentes abiertos. A saber, la incógnita de cómo afectará realmente a nuestra economía el llamado «brexit». Siguiendo con los euros, ha vuelto a nuestras vidas, y a la de los turistas, el impuesto que grava las estancias en las Islas, algo que parece que se ha asumido entre la normalidad y la aceptación. Ya veremos.
Pero es que todavía hay más. Los colapsos en los accesos a las playas vírgenes se adelantan en el tiempo. En los días soleados, las calas rebosan de bañistas, embarcaciones, automóviles... Pero es que si caen cuatro gotas, el problema se traslada a las calles de las poblaciones y carreteras.
Pero aún falta la estrella invitada, aunque no deseada, de este verano: la compañía Vueling, que durante muchas jornadas no hace honor a su nombre y no emprende vuelo. Las bonitas imágenes de las protestas y de personas durmiendo en las aeropuertos son una excelente promoción. Pero esto es más serio de lo que parece, además de arruinar, entre otros muchos casos, unas vacaciones, están las dudas sobre si los afectados serán indemnizados y cuándo.
Y para no alargarme más, están las infracciones que visitantes y locales comenten año tras año y que afectan al patrimonio natural y cultural: montañas de piedra, baños de barro, robo de tortugas (¿quién pretende embarcar en el Aeropuerto con uno de estos animales?), pintadas, tirar basura por doquier, tanto en tierra como en el mar...
La verdad es que dan ganas de sumarse al tren de los cetáceos: no pagan ecotasa, ahora parece que van más rápidos que Vueling, son muchos -pero nadan organizados- y muy ecológicos. ¿Quién da más?
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