Es un edificio fantasma, en la realidad y en los papeles. Nadie sabe qué hacer con él. Estorba, pero al mismo tiempo le envuelve un halo de nostalgia. No es una joya arquitectónica y lo único que tiene de valor es que golpea en la parte más sentimental de cada una de las personas que pasaron por ahí. Las alegrías y el dolor se acumulan entre sus muros, hoy desvencijados y asaltados por eventuales buscadores de lo ajeno o de la diversión mal entendida.
El antiguo hospital «Verge del Toro» está ubicado en una zona privilegiada de la ciudad de Maó. Muchos recordamos noches en vela y la visión de espectaculares amaneceres desde sus ventanas que dan al puerto. Es un cúmulo de sensaciones que todavía revolotean por los pasillos, el ascensor, las habitaciones...
El pasado se esfumó, el presente está encallado y el futuro es una incógnita para este vestigio de la sanidad insular.
El «Verge del Toro» está enfermo y no se sabe si rehabilitarlo o derribarlo. Estamos ante un enredo de una realidad compleja.
La incógnita a despejar no parece, a priori, tan compleja. ¿Sirve para algo o no? Se habla, y mucho, de aprovechar este enclave para dar respuesta a las necesidades y demandas de habilitar un centro sociosanitario. Pero si nos atenemos a lo que dice cada una de las administraciones implicadas, el panorama es desconcertante porque todos tienen algo que objetar. El Gobierno central no sabe ni contesta porque está en funciones, el Ejecutivo balear que dice sí pero no y el Ayuntamiento lo padece como un dolor de muelas por ser la puerta más cercana a la que golpean los ciudadanos.
Ha pasado casi una década desde que el «Mateu Orfila» tomó el testigo. La única realidad es que hoy vemos un fantasma en el skyline de Maó.
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