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Es tal el descrédito que define a la clase política como resultado de la asquerosa corrupción independendientemente de color o signo, que nos aferramos, cuanto menos, a la la accesibilidad del gañán de turno, a su proximidad en las formas más allá de la efectividad de su gestión, casi siempre, inefectiva.

Por eso cuando damos con un dirigente, no político, pero sí administrador de un movimiento que sustentan miles de personas, resulta todavía más meritoria la sensibilidad que observa hacia el administrado. Es el caso de Miquel Bestard, presidente de la Federació de Fútbol de les Illes Balears, que ha hecho de la naturalidad el método inequívoco de su éxito. No es necesaria una formación académica en Harvard para aprender formas, ni un masters en Yale para aplicar el sentido común en el manejo de una Federación potente como es la de fútbol en cualquier comunidad.

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Bestard escucha, Bestard atiende y Bestard resuelve, o cuanto menos hace lo posible por dar respuesta a quien le interpela y soluciones a quien le plantea problemas. El simple hecho de mostrarse solícito, atender el teléfono, devolver la llamada o implicarse en cualquier situación supone un hecho noticioso frente a tanto advenedizo que marca distancias en cuanto se sienta en la poltrona.

El presidente del fútbol balear, además, no solo ejerce un populismo bien entendido sino que lo acompaña con resultados tangibles en el ejercicio de su cargo.