Un somero vistazo a las redes sociales, donde supuestamente se refleja el latido de la ciudadanía permite observar como sobresale el chiste fácil en la valoración a la noticia del día que ha sacudido la redacción de todos los diarios españoles, incluido el nuestro, por supuesto. Debe ser más progresista ironizar sobre el rey y su afición a la caza mayor, sus devaneos femeninos, -característica afín a todos los borbones- o cualquier otro de los deslices que le han acompañado a lo largo de su reinado. Sería fantástico e incluso conveniente, en todo caso, no coger la parte por el todo y atender también a las opiniones de los que aún se resisten a manifestarlas a través de los múltiples soportes que ofrece la red.
El Rey representa a una institución anacrónica en la que todavía muchos quieren ver la reencarnación de los monarcas absolutos de tiempos muy pretéritos. No es el caso de España donde la corona responde a una monarquía parlamentaria en la que los hechos, por encima de cualquier otra consideración, defenderán a través de la historia el papel que ha desempañado el mayor de los borbones en vida en la sociedad española. Los republicanos, claro está, atienden al momento coyuntural para reclamar la abolición de la institución mientras que la nueva izquierda solicita un referendum para pulsar la opinión de los españoles sobre su continuidad. Están en su derecho.
Nadie, sin embargo, podrá poner en duda el papel fundamental que ha desempañado Juan Carlos I en la transformación que ha sufrido España desde el último año del franquismo hasta nuestros días. Lamentablemente, tanto se ha implicado en el devenir del país que incluso su propia familia ha caído en el descrédito de la corrupción.
Pero el Rey fue el estandarte de la transición que supo fabricar desde las mismas entrañas de las leyes del dictador actuando con habilidad para ubicar a las personas idóneas en los cargos precisos hace casi 40 años, Torcuato Fernández Miranda, y poco después Adolfo Suárez. Los libros explican las artimañas que urdió para lograr su propósito, distanciarse de las leyes del movimiento y abrir el camino hacia la democracia a pesar de haber sido nombrado 'a dedo' por el propio Franco. De su actuación en el golpe de estado, su comparecencia pública en aquella noche del 23 de febrero defendiendo la constitución vigente clarifica su posición. Aquél ¿por qué no te callas? que le dijo a Chaves ejemplifica excactamente su personalidad y la defensa del país de una forma popular, directa.
Pese a que los años y los errores evitables no hayan impedido el deterioro de su imagen pública, salpicada gravemente por ese yerno corrupto, la valoración global de su reinado no debe obviar la trascedencia de sus decisiones en bien de España. Incluso se va sin que le echen.
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