Siento un extraño afecto hacia las personas que sistemáticamente son vapuleadas por los medios de comunicación o que «encienden» redes sociales que descalifican o insultan, muchas veces a escondidas tras cobardes anonimatos o pseudónimos. Me gusta profundizar en el porqué empujado por un elemental sentido de defensa hacia quienes reciben los zarpazos de la «jauría humana» cuando no son terroristas, ni asesinos, ni hacen caja en paraísos fiscales con el dinero de todos. Sólo gestionan lo que nuestra Constitución llama «poderes públicos», territorio en el que caben luchas partidistas, labores de zapa e incluso operaciones de acoso y derribo.
Al ministro Wert vienen dándole desde hace meses en los dos carrillos en cuanto abre la boca. Y debo reconocer que encaja bien los golpes, no sólo del enemigo, sino también de las tropas propias, con una abierta sonrisa. Llegó a un Ministerio complejo en el que priorizó Educación por encima de sus otras responsabilidades en Cultura y Deportes, vista la situación de alarma a que había llegado nuestro sistema educativo, por una parte desparramado en 17 autonomías, por otra, atendido por un colectivo sensible y reivindicativo, en un tránsito complejo entre el carácter vocacional de la profesión al meramente ocupacional según la conocida tesis de Charles Moskos. Con altas cotas de abandono escolar, con obsesiva tendencia a la titulación por encima de la formación práctica, con una tasa de desempleo juvenil del 57% y con un largo etcétera, nos situamos –Pisa, Shanghái– a la cola de los países de nuestro entorno, aunque nuestro gasto medio por alumno sea un 15% superior.
Pero, a pesar de la capacidad de trabajo del ministro, de su carácter dialogante y de su flexibilidad por corregir el rumbo, recibe por babor y por estribor, sin echarle la culpa a otros, como suele ser frecuente en el mundo de la política. Como dicen nuestras Ordenanzas, «sin excusarse en males innecesarios o supuestos a las fatigas que le corresponden». Pero como también es ministro de Cultura y Deportes está obligado a asistir a actos multitudinarios –Teatro Real, campos de futbol, museos–, donde se enfrenta con demasiada frecuencia a esta «jauría humana» por supuesto anónima, agazapada en la masa.
No entro a valorar –no sé, no puedo– sus posibles errores. Todo el que hace algo se equivoca. Pero quiero entender que cuando señala unas cifras para acceso a becas, busca la eficiencia, el esfuerzo y el compromiso, totalmente compatibles con los principios de igualdad de oportunidades y de justicia social. Jose María Marco analizaba recientemente (LA RAZÓN, 28 de Junio), con la brillante claridad que preside su pensamiento. las dos perspectivas. Por una parte, apunta que un becario «debería ser consciente de que está recibiendo un beneficio a costa del esfuerzo de los demás y que la confianza que el resto de la sociedad deposita en él, le va a comprometer durante los siguientes años», lo que le obliga al esfuerzo. En cambio, el marxismo considera la beca «como un acto de justicia social que viene a enmendar una situación de desigualdad; desde esta perspectiva no valen apelaciones a la razón o a la ética; el sistema es injusto por naturaleza y en sólo caben medidas de redistribución, sea cual sea el coste que representen». «Sea cual sea el coste». Wert ha presupuestado 1.160 millones en 2013, cuando en 2006 se presupuestaron 657. No caben aquí, por lo que veo, apelaciones a la razón. Como tampoco creo que pensase discriminar «a los hijos de los trabajadores, exigiendo esfuerzos a quienes menor renta tienen», como se dijo en sede parlamentaria. Constituye un derecho constitucional la igualdad de oportunidades. En la mente del reformador debe presidir el principio de «ayúdame a ayudarte» o de «ayúdate a que te ayudemos», porque los tiempos no están para alegrías y despilfarros presupuestarios. Pero venimos de una cultura de la subvención en la que los valores del esfuerzo y del sacrificio no contaban.
Me gustaría dar al sufrido ministro un modesto aliento de apoyo. Por una parte, las estadísticas son importantes, pero es importante extraer de ellas lo positivo. España produce médicos, ingenieros, arquitectos, abogados –porqué no, militares– de muy alta calificación profesional. No sé si salen de este 36% que se gradúa en las universidades sin perder un curso y con buenas notas o del 19% que acabaron sus estudios con notas «raspadas», incluso repitiendo curso. Cuidado que de aquí también salen buenos profesionales. No será el ministro Wert el primer reformador al que quieren lanzar a la hoguera. Imagino las veces que se arrepiente de haberle dicho sí a su antecesor en el Ministerio, Mariano Rajoy. Pero si en conciencia cree que debe reformar, que dialogue, que escuche, que retoque, que rectifique si es preciso, pero que reforme. «Decidir es seleccionar; seleccionar es renunciar», incluso al aplauso, querido ministro.
Publicado en "La Razón" el 3 de julio de 2013
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