Al buen coronel agregado militar de la Embajada de Nicaragua en Madrid le conocíamos como «chino» Quant. Habíamos coincidido en su país en 1990, él como comandante de una región militar cuya cabecera estaba en Nueva Guinea, yo como responsable de la desmovilización de 6.000 efectivos de la «contra nicaragüense» concentrados en un pueblo de su jurisdicción, El Almendro, en el marco de la Misión de Naciones Unidas para Centroamérica (Onuca). De allí nació una leal amistad.
Antes de dejar su destino diplomático en Madrid, me hizo llegar una bella tela representando un árbol típico de su país –el Palo de Maliche– plasmado a espátula en un paisaje de Estelí, ciudad del norte nicaragüense. El donante y autor era Byron González, pintor reconocido en Holanda y en Alemania , que quería «lavar» una trama de falsificación de documentos que nos dio serios problemas a quienes servíamos tres años después en El Salvador, en otra misión de Naciones Unidas (Onusal).
¿Qué había pasado? Cuando el proceso de reinserción del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) salvadoreño, se daba por resuelto, estalló –Mayo 1993– en el barrio de Santa Rosa de Managua todo un arsenal de armas y pertrechos que el FMLN –o gentes de uno de sus grupos– había ocultado, en lo que en dura carta del secretario general de la ONU calificó de atentado contra su propia honorabilidad y contra la de la propia organización. En el entramado de aquel «drugstore» terrorista no podían faltar etarras, que sin más preámbulos, la presidenta nicaragüense Violeta Chamorro pasaportó para España en avión militar. No me detendré en el inventario de armas que quedaron al descubierto tras la explosión. Representó casi el 20% del total del arsenal que entregó el FMLN en cumplimiento de los acuerdos de paz. La embajada norteamericana estaba obsesionada con 19 misiles tierra aire y con la procedencia de pasaportes vírgenes supuestamente sustraídos de sus oficinas federales. Los 269 pasaportes usados –muchos españoles– procedían de robos a turistas en La Habana; pero respecto a los otros 40 vírgenes –USA, Gran Bretaña, Alemania Italia y EL Salvador– no había forma de determinar su procedencia. Naciones Unidas no tenía medios para hacerlo y sufrió no pocas críticas que soportamos estoicamente. No podíamos imaginar que eran documentos tan bien falsificados. Byron –mi amigo del cuadro del Palo de Maliche– junto a otros nicaragüenses con indiscutibles capacidades pictóricas, había sido formado en la Alemania comunista para desempeñar estos menesteres. Plena Guerra Fría en la que Cuba y Nicaragua representaban la punta de lanza contra el imperialismo norteamericano. Byron realmente era un artista. Y demostró ser buena gente al reconocer que nos había «puteado».
La historia esta llena de otros ejemplos de falsificaciones que han provocado verdaderas crisis cuando no, guerras.
El Círculo de Bellas Artes de Madrid presenta estos días una muestra del pintor húngaro Elmyr de Hory, otro «figura» que copió a un montón de clásicos como Modigliani y que incluso consiguió que Picasso autentificase como propio un cuadro pintado por él, lo que una vez descubierto revolucionó el mercado de obras de arte. Huído de la dictadura soviética se refugió en nuestra hermana Ibiza. Perseguido en Francia como falsificador, conoció repetidas veces la cárcel pitiusa. Pero, incluso encerrado en ella, montaba festivales con la «jet» del momento, Errol Flynn, Laurence Oliver y Orson Welles incluidos. Su final, digno de un último telón de ópera, correspondió a lo que había sido su vida . Simuló un suicidio para enternecer a las autoridades españolas que estaban a punto de extraditarle a Francia. O bien falló en su cálculo de dosis de pastillas o bien le falló alguien amante y cercano, que no puso todo su empeño en llevarlo a un hospital para un lavado de estómago. Quería falsificar su propia muerte y falló.
Yo no puedo saber si unas fotocopias de documentos contables que han salido a la luz recientemente son reales o son obras de un «artista» como Byron o como Elmyr. Vivimos tiempos en que parece imposible conocer la verdad, en que incluso dudamos de ella. Es el mayor daño moral que nos han hecho una panda de bribones: la pérdida de fe, la duda total, la pérdida de referentes. Es como si todas las brújulas del mundo hubiesen enloquecido por un fenómeno magnético y no supiésemos realmente dónde está el Norte. Porque realmente estamos desnortados, palabra que sabiamente recoge nuestro lenguaje popular.
Unos falsificaron en el marco de una «guerra fría» entre dos potencias –USA y URSS– y quizá obedecían a ciertos estímulos sociales o políticos. Otros falsificaron buscando claros beneficios económicos, sin descartar el morboso encanto de engañar a expertos y coleccionistas. Pero todos nos hicieron vivir en la mentira de unos pasaportes o de unos lienzos. Igual que ahora con unas cuentas. ¿Cuándo sabremos la verdad?
Publicado en "La Razón" el 13 de febrero de 2013
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