Acudía anteayer al Círculo Ecuestre de Barcelona para hablar del general Prim, «de voluntario liberal a Ministro de la Guerra».
La conferencia, que formaba parte de un ciclo organizado por la Sociedad creada para conmemorar el bicentenario de su nacimiento (1814-2014), había sido programada hace unos meses. Bien intuía que el análisis de la Hoja de Servicios que comprende 37 de los 56 años de la vida del General de Reus pasaría a segundo término y que tanto las preguntas de la Prensa presente, como las de los asistentes, girarían en torno a la situación actual que se vive en el Principado. No lo habíamos previsto. Siempre me acuerdo de la frase del premio Nobel Ivo Andric, el hombre que nos ayudó a comprender, allá por los noventa, lo que ocurría en una Yugoslavia que se desmoronaba. En su obra «Un puente sobre el Rio Drina», nos dijo: «la más deplorable y más trágica de todas las debilidades humanas reside indudablemente en una incapacidad total de prever, incapacidad que está en marcada contradicción con tantos dones, conocimientos y artes».
Sabía que las cuestiones girarían sobre posibles reformas de nuestra Constitución, sobre referendos, sobre quién instigó el magnicidio del General y el interrogante de siempre:¿Qué hubiera sido de España si la monarquía de Amadeo de Saboya, apoyada en su prestigio, se hubiese consolidado? ¿Viviríamos hoy la misma situación? ¿En qué se distinguía Prim de otros generales de su tiempo como O´Donnell o Espartero?
Y surgían las contestaciones sobre lo incierto de quienes lo asesinaron, aunque las pistas sean claras. Se comparaba el magnicidio con el de Kennedy, a la vez que no podíamos dejar de recordar los que le siguieron en España: Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Como si el asesinato de nuestros jefes de Gobierno fuese una macabra hoja de ruta en nuestra historia.
Hablamos del Prim, que tras la muerte de Fernando VII vivió las sucesivas caídas de la Regente Maria Cristina (1840), del Regente Espartero (1843), de la propia isabel II (1868) y que continuó tras su propia muerte, con Amadeo de Saboya, la Primera República,(1871), la segunda Regencia de Serrano, hasta la de Alfonso XIII en 1931. Y bien saben que no acabaron aquí nuestras tormentas políticas, que Raymond Carr concreta, integra, relaciona, en el título de su obra «España,1808-1936».
Yo asistía como observador privilegiado a los comentarios de los asistentes. A mi lado un inteligente Enric Juliana, director adjunto de «La Vanguardia», desviaba hábilmente el tema relacionando la fulgurante carrera del Prim , con la diferente pero no menos importante en otros ámbitos, como fue la del Balmes. Pronto se descubrieron y distinguieron los asistentes de Reus y de Vich. ¿Qué hubiera pasado si siguiendo los consejos del autor del «Criterio», se hubieran unido en matrimonio la rama isabelina, con la rama carlista de los Borbones? ¿Hubiera hecho falta la espada de Prim en la Primera Guerra Carlista?
Entonces surgió de la voz de varios asistentes una preocupante constatación : «En la familia, en el trabajo, hemos acordado no hablar de política; cada vez que surge el tema de la situación catalana, nos desunimos, nos acaloramos, acabamos mal».
Por supuesto me preocuparon estas aseveraciones. ¿Hemos perdido la capacidad de dialogar, que en resumen es una falta de libertad? ¿No sabemos ya ponernos en la piel del otro? ¿Creemos realmente que nuestras verdades, son verdades absolutas? ¿Tenía razón Sófocles cuando nos decía «para quien tiene miedo, todo son ruidos»?
Recordaba las gestas de Prim desde su bautismo de fuego en agosto de 1834 en Triaxet hasta el gesto arrollador de Castillejos, enardeciendo, arrastrando, liderando a sus hombres. Recordé que había sido herido en combate 8 veces en 35 acciones de guerra cuando aún no había cumplido los 28 años. Pero también fue condenado una vez a cuatro años y otra a seis de destierro en el archipiélago de las Marianas del que se libró a punto de zarpar de Cádiz rumbo a Manila. Recordé que había vivido el exilio en Francia, en Portugal, en Alemania y en Inglaterra y que tras sus éxitos creaba un efecto de rechazo en sus superiores que «no veían mal» destinarlo a Ceuta, a Puerto Rico a México o a Crimea. ¿Sigue siendo actual que ciertos líderes políticos «no vean mal» mandar a gente valiosa que les pueda hacer sombra, a exilios mas o menos brillantes? ¿No seremos nosotros nuestros propios enemigos, como lo fue Prim despreciando las heridas que le llevarían a la septicemia y a la muerte?
Caía la noche sobre la Diagonal barcelonesa, ésta sobre la que algunos pintan sombras de miedo. Una viva sociedad como el Círculo Ecuestre se abre al diálogo, invita a reflexionar, consciente de que hay que regenerar un dañado tejido social. Mientras, otros duermen. Otros, no podemos.
Publicado en "La Razón" el 8 de noviembre de 2012
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