Cuando se tienen todos los triunfos en la mano, no se decide; sólo se afirma o ratifica. «Decidir es seleccionar; seleccionar es renunciar» dice una vieja y sabia máxima militar, también válida para tantas aristas de nuestra vida familiar, empresarial o política. En otras palabras, el filósofo ruso-británico Isaiah Berlin dejará escrito: «Estamos condenados a escoger y toda elección puede llevar aparejada una pérdida irreparable».
Cuando se tienen todos los triunfos en la mano, no se decide; sólo se afirma o ratifica. Lo normal es la duda, el balance, la ponderación, la asunción de riesgos y responsabilidades. En la toma de decisiones de un jefe juegan por supuesto los informes y opiniones de los hombres de confianza inmediatos, las valoraciones técnicas, el juicio de los veteranos unido normalmente a experiencias históricas. Suelen pesar más los fracasos que los éxitos, pero la virtud del verdadero líder está en aprender de aquellos, pero apostar por la victoria.
Todos los «elementos de juicio» los tenía el presidente Obama sobre la mesa y sobre todo en su mente. Porque todo dependía de su decisión personal. Así aguantó durante semanas desde que se le presentaron todas las posibilidades para acabar con Ben Laden en su refugio paquistaní. Y nadie atisbó la menor preocupación ni ojeras en su mirada, cuando 48 horas antes de desencadenarse la operación, recorría el estado de Alabama destruido por los tornados, daba un discurso a graduados universitarios en Miami o asistía a la cena anual de la influyente Asociación de Corresponsales.
Luego llegaría el difícil momento de la ejecución. Porque los soldados –aun extraordinariamente entrenados– son seres humanos y pueden errar; porque los helicópteros Black Hawk, aun siendo los mejores del mundo, también se averían o accidentan; porque el tránsito aéreo entre Bagran/Kabul e Islamabad es complicadísimo, con una metereología de montaña imprevisible; porque a pesar de la hora elegida –una de la madrugada local, sin luna– no se sabía cómo podía reaccionar la seguridad paquistaní, ni si existía en las proximidades de la casa de Abbottabad un retén o fuerza de reacción que protegiese la mansión del líder de Al Qaida. La próxima Academia Militar no significaba demasiado. Los centros docentes no suelen disponer de fuerzas de reacción rápida. No es su función.
Ya conocemos los resultados de la operación. A pesar de las cinco víctimas mortales, los SEAL dejaron 17 supervivientes, muchos de ellos niños. Es decir, no se entró a saco como lo hicieron en El Salvador los soldados que asaltaron la residencia de los Jesuitas en la UCA. El accidente de uno de los dos helicópteros impidió llevar más peso que el de los propios soldados, más el cadáver de Ben Laden. Había que regresar a Bagran. Las reacciones y mensajes producidos en los siguientes días recogen varias ideas: para el pueblo norteamericano, el que la hace la paga; da la impresión de que sus más de 300 millones de habitantes tienen a punto su «colt de sheriff justiciero» para perseguir al malo hasta los confines de la tierra. A la vez, enseguida se pensó en las víctimas del 11-S, a las que se ofreció el triunfo y a las que se homenajeó en la propia zona cero de Nueva York. ¡Ya me gustaría ver aquí una reacción similar! Mientras, se producía una especie de justificación de Guantánamo, la cárcel, fuera de territorio federal, que difícilmente supera mínimos de respeto a los derechos humanos. Pero sin las declaraciones forzadas de Khalid Shaikh –el organizador sobre territorio norteamericano del 11-S–, dirá Panetta el director de la CIA, no se hubiera seguido la pista de Ben Laden hasta dar con él. ¡El fin y los medios!
Había que ver las caras de Obama y sus inmediatos siguiendo la operación desde el «bunker» de la Casa Blanca. No me extraña que uno de ellos rezase. Presentes en el ambiente estaban los errores de Bahía Cochinos, de la Embajada de Teherán, del «black hawk derribado» de Somalia.
Serio, responsable, el hombre que había tomado la decisión, se mantenía firme.
En estos casos, el sentirse fielmente rodeado es fundamental. Y el que alguien a tu lado rece en silencio, no es malo.
Por supuesto, Obama recibirá críticas. Pero el hombre que decidió no reventar el edificio con bombas inteligentes de una tonelada y llevarse puestos no sólo a Ben Laden sino a toda su extensa familia y a sus inmediatos, asumió con responsabilidad el que alguien matase al líder, que alguien ordenase la evacuación de su cadáver y que alguien decidiese, de la mejor forma posible, deshacerse de él en la profundidad del mar de Arabia. Incluso hubiera respaldado soluciones más cruentas. ¡Ejemplo para nuestros políticos, propensos a culpar de los errores a los uniformados!
Quizás en su fuero interno hubiera preferido otra solución. Pero asumió su responsabilidad. Porque cuando decides, seleccionas, y cuando seleccionas, renuncias. Ley de vida. Es el peso de la decisión.
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