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Reiteradamente ha venido estos días a mi mente esta primera y emotiva estrofa del conocido poema que nos legó para siempre Bernardo López García en 1861, referido a los sucesos del 2 de Mayo de 1808.

No estamos en una Guerra de Independencia, pero oigo la aflicción de más de cuatro millones de mis compatriotas que viven sin trabajo fijo y entre ellos más de un millón de familias sin ningún ingreso, a la vez que veo cómo se reparten y blindan en instancias nacionales y autonómicas, sustanciosos sueldos y retiros a determinados políticos.

Y he sentido estos días la aflicción de miles de ciudadanos deambulando sin rumbo por los aeropuertos, rehenes de gestiones políticas desacertadas y de actitudes crispadas y no bien ponderadas de una más que selecta minoría, que debería mirar las colas del INEM con más respeto. Y no sé exactamente, si somos víctimas de alguna de las estrategias de manipulación social definidas por este ácrata filósofo norteamericano, Noam Chomsky, como la de «saber crear problemas, para después ofrecer soluciones» en las que se juega manipulando a la opinión pública ante un problema, para que exija leyes y medidas de seguridad coercitivas que, en consecuencia, refuerzan los propios instrumentos de poder del manipulador.

Y sufrimos todos, y no sólo los rehenes, cuando vemos que ni siquiera ante un drama social como el vivido en nuestros aeropuertos, nuestra clase política es capaz de aparcar diferencias y actuar como un todo, firme y cohesionada. Porque entre las víctimas de Gando, del Prat o de Barajas no se distinguían los militantes, simpatizantes o votantes de un partido o de otro. Sufrían todos. Este «todos» ha fallado en otros niveles. Y me aflige en estos días, que el propio presidente del Congreso, el que debería velar por la cohesión, el consenso y el abrazo, busque el chiste fácil en un medio amigo y dé carnaza a sus correligionarios, insultando al jefe de la oposición. Nos duele a todos ver la foto fría y distante de ambos, en plena conmemoración del día en que cumplía años nuestra Carta Magna. Mi paisano, el respetado y querido Félix Pons, volvería a la tumba si viese en qué se ha convertido una presidencia que él construyó con mimbres de educación, de respeto, de tolerancia y, como decía, , en «saberse poner en la piel del otro».

Y me aflige, Patria, que en la Universidad se vete «para evitar incidentes» a un cardenal de una pieza como Rouco, o a una política con valor acreditado como Rosa Díez, cuando sus campus deberían ser modelo de libertad de expresión, de respeto intelectual, de apertura de ideas. También somos rehenes de la irracionalidad, la amenaza y el chantaje, cuando precisamente el informe PISA, el programa para la evaluación internacional de alumnos, insiste en ponernos, un año más, orejas de burro.

Incluso me duele, Patria, cuando se tiene que recurrir a la «última ratio» castrense, ya sea para poner orden en un desarbolado CNI víctima de manipulaciones, ansiedades y despropósitos, o en todas las torres de control de nuestros aeropuertos. Y menos mal que se mantienen códigos éticos entre los miembros de las Fuerzas Armadas, a pesar de los vaivenes partidistas, las podas presupuestarias y las dirigidas y conscientes manipulaciones de sus códigos de conducta y sus arraigadas tradiciones, impuestas muchas veces por personas procedentes de recónditos rincones de la extrema izquierda o del más radical independentismo periférico.

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Me aflige, Patria, que no cuaje un verdadero movimiento intelectual que vuelva a decir: ¡no es esto! ¡no es esto! Me duele, porque esta riqueza intelectual existe en muchas personas. Pero no se funde en una «acción de conjunto» influyente, diluidos sus esfuerzos en partidas guerrilleras.

También interviene aquí la estrategia de la distracción social. Se resaltan en los medios de comunicación aspectos emocionales, estimulando la complacencia con la mediocridad, cuando no en la zafiedad. Lo de moda es ser vulgar, mal hablado, aparecer con aspecto sucio, endiosar a gentes sin talento alguno, despreciar lo intelectual, exagerar el valor del culto al cuerpo y el desprecio por el espiritual, religión católica incluida, por supuesto.

Muchas voces claman por vertebrarte, Patria, tras décadas de querer desarbolarte. Y no hablo ni de «golpes de timón» ni de «operaciones De Gaulle», que merodearon el 23-F. Ni siquiera pienso en aquella columna vertebral que debían constituir las Fuerzas Armadas, en otros tiempos.

La vertebración debe apoyarse en una base educativa y social firme, inteligentemente comprendida y aceptada, generosa con los que nos siguen y con los mayores que nos precedieron. Y para esto hace falta un previo pacto ético, que debe convertirse en otro político. Todos debemos saber extraer –votando– a los servidores más eficaces, los más solidarios, los que hayan demostrado que saben servir en la base de la pirámide que conforma la sociedad.

Pero me aflige ver cómo hasta el concepto de servicio también está subvertido. Y aún me aflige más ver que estamos perdiendo la fe en nosotros mismos.

Mientras, rebrotan en mi mente las trágicas décimas de Bernardo López, porque ¡sigo oyendo, Patria, tu aflicción!

Artículo publicado en "La Razón" el 9 de diciembre de 2010