Imagen de archivo de urnas biodegradables. | A.E.

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Los restos de muchos menorquines están en ese mar que le ha rodeado en vida. Esparcir las cenizas en el mar es uno de los deseos mayoritarios de los familiares de los difuntos que antes de partir eligieron ser incinerados. «Más del 70 por ciento de los familiares de los difuntos que se incineran me piden ese tipo de urnas que se deshacen», asegura el gerente de la Funeraria Gomila, Pedro Gomila.

Esa costumbre o último deseo de volver al mar, muy popular en los últimos años, está regulada: no es legal lanzar las cenizas de un cadáver donde se quiera, por más que sea un lugar especial para el finado o sus amigos y familiares. No está permitido hacerlo en espacios públicos ni en la naturaleza, a no ser de que sea en una finca particular y privada. Tampoco en el mar si no se guarda la distancia reglamentaria, que son 200 metros como mínimo de la costa y dentro de una urna biodegradable.

También los ataudes son ya fabricados con materiales biodegradables, apunta el gerente de Funeraria Gomila. El objetivo es que cuanto antes se descompongan sin dejar restos en el medio ambiente. Así, las urnas que contienen cenizas y se tiran al mar están hechas de materiales orgánicos biodegradables que tardan muy poco en descomponerse, algunas diez minutos otras como mucho 40, aunque en tierra tardan más, unos meses.

Otra ventaja de estas pequeñas cajas, de distintos tamaños y diseños, es que son fácilmente transportables. Resulta útil para aquellos casos fatídicos en los que turistas fallecen cuando se encuentran en la Isla, «hay extranjeros que lo demandan», señala Tònia Bosch, de la Funeraria Bonet de Ciutadella, porque así se pueden llevar a su ser querido fallecido.