Este domingo se conmemora el Día Mundial del Síndrome de la Fatiga Crónica y de la Fibromialgia, una enfermedad relacionada con un mal funcionamiento del sistema nervioso, inmunológico y endocrino, lo que puede provocar una serie de síntomas relacionados con el dolor crónico generalizado y que afecta principalmente a las mujeres —entre un 75 y un 90 por ciento de las personas afectadas—.
En su caso, Margarita lleva media vida trabajando como camarera de pisos en el Hotel Audax de Cala Galdana. Para ser más concretos, lleva trabajando en la misma empresa desde el año 2001. Llegada desde Perú, ha criado a sus cinco hijos siendo una madre soltera. Si antes ya precisaba ayuda, ahora resulta vital.
Implantación de un marcapasos
Los primeros síntomas se hicieron visibles hace ya una década, aunque no fue hasta 2021 cuando los médicos la diagnosticaron de fibromialgia.
Su cuerpo ya le venía dando varios avisos. «Si quería barrer, no podía ni agarrar una escoba. Intentaba doblar las rodillas y no podía. Y si lo conseguía, me empezaba a faltar la respiración», comenta Margarita.
Pero el primer susto de verdad llegó en el trabajo. «Les dije a la gobernanta y a la subgobernanta que no sabía qué le pasaba a mi corazón, que no tenía fuerzas para nada», recuerda. Admite que la escucharon, pero volvió al trabajo como si no hubiera pasado nada hasta que se vio obligada a pedir ayuda a una compañera. Terminaron juntas el trabajo y se fue directa al hospital sola. «Cuando llegué, tenía 38 pulsaciones y el médico me dijo que en el caso de haber tardado un poco más, me hubiese dado un infarto», subraya.
Desde este conato de ataque cardíaco, Margarita vive con un marcapasos. Cuenta que, desde entonces, los problemas se empezaron a acentúar todavía más: problemas a la hora de mover el brazo, pérdida de memoria... «Me han recetado miles de medicamentos. Cuando no aguanto más el dolor, recurro al paracetamol», asegura.
Incapacidad denegada
«Esta temporada no quería ir a trabajar al hotel porque no me veía capaz de hacer nada», explica Margarita. En la empresa son conscientes de su situación. Su médico de cabecera, también, pero la mujer asegura que ya no sabe «qué más hacer» para que le concedan la incapacidad permanente que lleva tanto tiempo reclamando.
«El médico de cabecera no me quiere enviar a ninguna parte más porque ya sabe lo que tengo. Me dice ‘pero señora, ¿a dónde más la voy a mandar?'», narra Margarita, a quien le piden todavía más requisitos y pruebas para concederle la incapacidad. Ahora intentará ver a su traumatólogo porque, a nada que se mueve, se pone totalmente roja. «Esto no es normal. Se me está acumulando todo y cada vez se me hace más complicado», expresa. «Mi cuerpo ya no puede más. Quiero irme a descansar y que se acabe todo ya», concluye.
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