Vanessa Anaya (Ferreries, 1992) quiere dar voz a las personas que sufren TCA y reivindicar más medios en la Isla para ayudarles, en concreto, un hospital de día donde los pacientes puedan acudir al menos para tomar dos comidas al día. «La mayoría de los pacientes son jóvenes adolescentes, viven con sus padres y estas enfermedades afectan mucho al núcleo familiar», explica, «ceder el control durante estas comidas a los profesionales también evitaría el desgaste o la claudicación familiar», detalla.
Enfermera recién graduada, Vanessa asegura que se quedó sin adolescencia y perdió años de estudios debido a la anorexia nerviosa. Su madre tuvo que mudarse con ella a Barcelona para que, a los 13 años, recibiera tratamiento especializado. Los estragos en el seno de una familia por el diagnóstico de un hijo o hija con un TCA, como ocurre con otros trastornos de salud mental, se acentúan en Menorca al no disponer de suficientes recursos asistenciales.
«Los pacientes de trastorno de conducta alimentaria solo cuentan con una consulta ambulatoria un día por semana, los jueves, y los profesionales que la atienden no son especialistas en este tipo de trastornos, que son muy complejos», lamenta Vanessa, quien ha centrado su Trabajo de Fin de Grado (TFG) en este campo, bajo el título «El abuso infantil y su influencia en el desarrollo de un trastorno de la conducta alimentaria en la adolescencia o adultez».
Su crítica es constructiva, «soy una expaciente pero quiero aportar, para que en mi isla se cree una asociación o entidad que visibilice a estos enfermos». En Palma está el único hospital de día de Balears para los pacientes con TCA. «Yo fui derivada a Barcelona», a un centro de la red Ita, «porque con el seguro escolar había un convenio», señala, de ahí que considere de vital importancia «que haya un servicio para estas personas en Menorca».
Vanessa Anaya sabe lo que supuso su trastorno para sus allegados, «el TCA rompe toda la dinámica familiar, no vas a enviar sola a Barcelona a una niña desamparada, mi madre lo dejó todo para irse conmigo», con el consiguiente desgaste psicólogico y económico. Hay que actuar de manera temprana, señala esta enfermera, quien calcula que medio centenar de personas pueden tener el diagnóstico en la Isla, un dato extraoficial. «A mi me lo detectaron en la etapa escolar, pero hay personas adultas en las que el diagnóstico es más complicado, te dan por perdido, y yo lo que quiero es ayudar a los que vienen detrás».
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