Manel Pérez, en las instalaciones de 'Es Diari' | Gemma Andreu

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Ha seguido desde una posición privilegiada la transformación política y económica de Catalunya en las dos últimas décadas. Manel Pérez, periodista especializado en información económica, y director adjunto de 'La Vanguardia', lo cuenta en un libro y el jueves compartió su visión y reflexiones sobre el momento actual con los socios del Cercle d'Economia de Menorca.     

Parte de la premisa de que la burguesía catalana, la élite, ha perdido la partida.

—La élite política catalana, en las últimas décadas ha estado viviendo de una leyenda, ya no juega el papel que desempeñó. Hay un momento, en torno al cambio de siglo, que esta burguesía abandona en parte la industria, descubre las rentas y plusvalías inmobiliarias a gran escala y como resultado de todo eso cuando llega la gran crisis financiera ha perdido la autoridad moral y social que tenía.

¿Le sorprendió en plena transformación?

—Estaba acostumbrada a ser la creadora de la sociedad, era una élite ilustrada que había creado una gran ciudad, Barcelona, que había desarrollado incluso estilos arquitectónicos y culturales conocidos en toda Europa y que tenía un modelo de sociedad en la cabeza. Al inicio de este siglo, esa élite no tiene ningún proyecto, ha mermado en términos económicos, no tiene un proyecto social. Es el declive.

¿Cómo influye la corrupción en ese proceso?

—Sirve para poner de manifiesto que los mecanismos de defensa de esta élite estaban ya muy averiados. El episodio por antonomasia de esta mezcla de corrupción y decadencia social son los hechos del Palau de la Música, que es una creación genuina de la sociedad civil catalana, de la burguesía, que es la que gobierna y la que consiente que Félix Millet haga y deshaga a su antojo. Saquea el Palau, paga comisiones a Convergència, es el epítome de esta confluencia de una élite que se despreocupa ya del futuro del modelo social y que no pone reparos morales. Nadie controla a nadie.

¿Cómo se detiene?

—Por una intervención externa, porque Hacienda encontró algo raro, si de la élite dependiera habría continuado ad infinitum.

Y en esas aparece la fuerza del independentismo, ¿fue una huida hacia adelante?

—Lo piensa mucha gente, como la conspiración de Catilina en Roma para no pagar sus deudas. Podría ser, pero la explicación del procés es de más largo alcance. Las élites económicas empiezan a darse cuenta de que el pujolismo con el que estuvieron tan cómodas tiene límites.

¿Cómo lo advierten?

—Hay un momento clave en la firma por Aznar y Pujol del Pacto del Majestic en 1996. Se vende por parte de Pujol que se ha logrado el máximo posible, que la economía catalana va bien, que hay un crecimiento histórico y que es el mejor momento para Catalunya y para los empresarios catalanes en términos generales.

¿No le compran el mensaje?

—Los empresarios llegan a la conclusión contraria, que el aznarismo provoca una mayor centralización del poder, de las grandes empresas, de las inversiones en torno a Madrid, la gran metrópoli, y que eso reduce la capacidad de acción de toda la periferia y concretamente de Catalunya. Es la conclusión de un documento del Cercle d'Economia, que Pujol se tomó como un ataque, pero reaccionó.

¿Cómo?

—Cambió el discurso, Pujol estaba en plena forma entonces, pasó de elogiar la situación a elaborar un discurso denunciando el favoristismo hacia Madrid. Si a la élites catalanas ha de atribuirse algún papel en el procés, sería ese momento. Luego salieron más estudios sobre déficit fiscal, relaciones financieras de Catalunya con España...

Imagino que hay más causas.

—Sí, ese es un elemento. Otro es la cultura propia del país, que observa que el desarrollo económico está muy limitado por la tenaza que el Estado aplica a Catalunya. Cuando llega una crisis estamos predispuestos a pensar que el problema radica en Madrid.

Y llega una crisis brutal...

—Para mí es el elemento más determinante. Catalunya recibe un impacto de la crisis financiera como pocas regiones europeas. Cito a un reconocido economista, Josep Oliver, el que más ha estudiado la industria, y con datos concretos concluye que Catalunya llega a finales del siglo XX en el grupo cabecero de la gran industria europea y en el lapso que discurre hasta la crisis financiera, padece una caída de la actividad industrial como ninguna otra región europea, pérdida de empresas, puestos de trabajo, puntos comerciales... no tiene comparación posible. Es un drama que propicia una psicología social. Catalunya había sido creada por la industria y se produce una desindustrialización descomunal que provoca pánico en    sectores laborales y, sobre todo, una crisis de identidad en la clase media catalana.

¿No es capaz de reconducirlo la política?

—Artur Mas vuelve a ganar en un contexto muy duro, aplica austeridad y recorte del gasto público, lo cual agrava más la crisis. Es el elemento que de alguna manera hace salir a la gente a la calle. Mas y Convergencia, más que para escabullirse de la corrupción, que también, ven que se dirigen a la irrelevancia social y giran hacia el soberanismo.

Hasta que Esquerra le gana la partida electoral.

—Efectivamente, pero ERC ha ganado la posición en términos soberanistas, pero en términos de la élite económica, tiene muchas dificultades para penetrar, no la ven como alternativa.

¿Ha acabado el procés o se está realimentando ?

—Tal como lo hemos conocido se puede dar por acabado. El enfrentamiento entre Esquerra y Junts es la constatación de que estamos en la fase final, pero sería un error solventarlo sin dar respuesta a la cuestión catalana en relación a su integración en España. El día que vuelva a haber una grave crisis económica se repetirá, habrá un procés 2.0. Uno de los dramas es que ha durado más de diez años y no ha cambiado nada.

Crisis, procés y pánico bancario son palabras claves en el ensayo que ha publicado. ¿Cuál es el importe de la huida de capital?

—Cuando llegó el momento crítico, aquella primera semana de octubre, la gente entendió que el dinero estaba en juego y hubo una fuga masiva de fondos en el Sabadell y la Caixa. Retirada de fondos directa, por un lado, y, luego, el placebo que se inventaron de las cuentas espejo, que consistía en colocar el dinero en otras sucursales o entidades asociadas. Se calcula que entre 15.000 y 20.000 millones de euros hicieron esto y otra cantidad similar de clientes que cancelaron sus cuentas y lo llevaron a otra entidad. Hablamos de más de 30.000 millones, una burrada.

Con lo vivido y lo que ha estudiado más en profundidad ¿ve a Catalunya fuera de España?

—Económicamente es viable una Catalunya fuera de España, pero creo que España no lo admitiría nunca y, por tanto, la salida sería traumática. Implicaría como mínimo una década de depresión económica. Si se les dice abiertamente a los catalanes, no sé si asumirían estar diez años de su vida viviendo peor que antes. No creo tampoco que le iría mejor fuera de España, pero para que las cosas se arreglen las relaciones entre Catalunya y España han de cambiar muy profundamente. Para ello mucho deberían cambiar las cosas en España para que acepten el cambio de relación, estamos en un lío, llevamos siglos así.