Kristina y sus hijas con Eduard, Claudia y Helena Mayans.

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Originarias del Donbass, Kristina y sus hijas, Daniela y Eva, partieron a Polonia en abril de 2022. «Por primera vez me di cuenta de que toda la vida de tres personas puede caber en una maleta pequeña», rememora. Kristina no tenía miedo al futuro, solo un deseo, «salvar la vida de mis hijas». Allí, en Polonia, conoció a Claudia Mayans, una joven menorquina que ofrecía ayuda humanitaria. «Nos dio tanto amor y cuidado que comencé a llamarla Santa Claudia», explica.

La menorquina, de quien habla como si fuera su «hermana», acabó invitándola a su casa de Maó. «Cuando llegué, la vida me dio otro regalo, una familia que nunca tuve», cuenta. Desde los 11 años, Kristina es huérfana y, por fin, dice, «tengo un papá real». Eduard, así es como se llama, es «cariñoso, estricto, con un gran corazón y alma». Los primeros días Kristina ya le llamaba «papá» y sus hijas, según reconoce, lo consideran su «abuelo».

La familia Mayans la ayudó a conseguir un trabajo como lavaplatos en el restaurante Cantina, a ella y a su amiga Elizaveta, que vino desde Járkov a Menorca. «Sentí que estaba viviendo de nuevo», relata. En Menorca se ha prometido con Francesco, un chico que conoció en la Cantina. Con él y sus hijas vive en un piso de alquiler en el municipio de Es Mercadal. Planean una boda y sueñan con tener «un perro pequeño y pasar toda nuestra vida en este paraíso».