El geriátrico de Ferreries, que ha padecido uno de los brotes más numerosos durante esta sexta ola, llegando a tener 25 positivos | Gemma Andreu

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La vida regresa a la normalidad  tras dos años de pandemia de covid-19 en prácticamente todos los ámbitos sociales pero en los geriátricos el día a día sigue siendo duro, a pesar de la relajación de medidas. La sectorización interior de los centros continúa, para poder acotar y controlar posibles brotes, por lo que los residentes no han recuperado la libre circulación que tenían en el interior antes de que el coronavirus apareciera, y los contagiados, aunque no presenten síntomas, siguen obligados a confinarse en sus habitaciones durante al menos cinco días desde el diagnóstico.

Todo ello, después de seis olas de pandemia, ha hecho mella en la salud de los ancianos pero no solo por el temor a enfermar de covid-19, sino porque las medidas para detenerla han hecho que, en paralelo, avancen el deterioro emocional y cognitivo, lo que ha llevado también al empeoramiento físico y en algunos casos a la muerte. «Ha habido un aumento de la media de fallecidos en relación a los años anteriores a la pandemia», explica Laura Anglada, teniente de alcaldía de Atención Social y Patronato Municipal del Hospital de Ciutadella, «pero no solo por la covid-19 en sí, el análisis que realizamos es que para protegerles de la pandemia se ha potenciado el aislamiento, entre ellos y del exterior, eso les provoca desorientación e inestabilidad, un deterioro cognitivo que afecta al físico, una mayor soledad que ha llevado también a una mayor mortalidad», señala la edil.

Mientras fuera hay fiestas, multitudes, viajes o trabajo aun siendo positivo –dentro de lo que se ha llamado ‘gripalización' de la covid-19–, en las residencias, declaradas un entorno vulnerable como los hospitales, las relaciones y las visitas se ven condicionadas por el SARS-CoV-2 que todavía golpea. Algunos de los brotes más importantes se han registrado no en lo peor de la pandemia sino ahora, como es el caso del geriátrico de Ferreries, que en un mes tuvo a 26 de sus 30 usuarios positivos. En la última semana también hubo un brote importante en el geriátrico de Maó, donde este lunes aún había nueve internos con infección activa.

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La vacunación ha hecho que estos casos de covid-19 no requieran hospitalización, han sido leves, pero eso no les ha evitado a los ancianos el encierro y el decaimiento en su ánimo.

«Para el personal es agotador y para los residentes muy duro, muchos tienen demencias, no entienden por qué tienen que estar encerrados, sin visitas, sin caminar, sin ver a nadie..., se desorientan totalmente, a veces no saben ni la hora qué es», lamenta Cati Pons Mesquida, directora del centro geriátrico de Ferreries, quien añade una opinión personal, «a veces pienso que para ellos, con todo lo que ya han pasado, y con tres vacunas, es peor el remedio que la enfermedad, porque han sido casos leves, sin necesidad de ingresos», afirma.

Los protocolos mandan, pero el balance de la pandemia deja un reguero de soledad no buscada que en los geriátricos se agudiza. A veces tampoco las medidas han sido bien entendidas por las familias. «Lo han padecido también mucho, algunas no lo han entendido, personas que realizaban visitas asiduas a mayores muy dependientes emocionalmente, teníamos que hacer videollamadas y algunos familiares nos pedían que exigiéramos nosotros cambios en las normativas», explica Anglada.