Llorenç Pérez, en su domicilio, donde se recupera del daño físico y psicológico que ha sufrido. | Josep Bagur Gomila

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El de Llorenç Pérez Torres es uno de los casos especialmente dramáticos que ha dejado la pandemia en la Isla. Jubilado ciutadellenc de 64 años, compartió la enfermedad con su hijo, de 39, en el Hospital Mateu Orfila, pero el desenlace resultó desigual. Él ha conseguido recuperarse, pero su primogénito no pudo salir con vida de la UCI tras 72 días ingresado, convirtiéndose en la víctima más joven del coronavirus en Menorca hasta la fecha. Llorenç apela a la conciencia de la gente porque él sí sabe de la voracidad de esta enfermedad, y culpa a la clase política por no haber tomado las decisiones que -está convencido- habrían evitado la mayoría de contagios.

¿Se siente recuperado?

—Físicamente voy poco a poco y estoy mejor. Cuando regresé del hospital necesitaba el caminador para moverme por casa, pero en lo anímico sigo muy afectado.

¿Qué le pasa por la cabeza después de la experiencia por la que ha pasado?

—Pues que la gente no tiene ni idea de lo que es la enfermedad, y tampoco nadie nos lo ha explicado con claridad. Yo la he vivido, he perdido a mi hijo, y me ha tocado la china. Afecta de muchas maneras dependiendo del cuerpo que tengas. Y también quiero destacar el trabajo increíble del personal del hospital. No hay derecho que no se les reconozca más todo lo que hacen para atender a los pacientes.

¿Cómo empezó todo?

—Primero contrajeron el virus mi mujer, mi hijo y mi nuera el 9 de noviembre. Ellos viven en un chalet, junto al lado del nuestro, a escasos metros, y creo que la transmisión pudo ser por los niños pequeños porque nosotros siempre hemos respetado las normas sanitarias. Mi mujer se fue a vivir con ellos y yo me quedé aislado en casa porque di negativo, aunque nos comunicábamos por señas desde las ventanas. Pero en una visita de la UVAC dije que tenía tos aunque no me encontraba mal, pero la doctora nada más verme me envió directamente al hospital. Era el 18 de noviembre y fue cuando ya supe que me había contagiado.

¿Primero ingresó en planta?

—Así es. Pero al segundo día fui a coger la cuchara para comer y no tuve fuerzas para levantarla. Pulsé el avisador, vino la enfermera y ya decidieron llevarme a la UCI.

¿Y su hijo?

—A él lo trajeron un día después de mi porque empezó a sentirse mal. Lo pusieron en la misma habitación conmigo, pero a la mañana siguiente ya se lo llevaron a la UCI, un día antes que a mi.

Compartieron enfermedad, ingreso en planta y en la UCI.

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—Sí, pasamos 26 días en la UCI, a un metro y medio de distancia uno de otro hasta que yo pude salir, pero no lo vi ni él me vio a mi. Solo lo vi cuando pude entrar cinco días después de que me hubieran dado el alta. No podía hablar pero le cogí la mano y me sonrió. Fue entonces cuando descubrí que habíamos estado uno al lado del otro todo ese tiempo. Tampoco él lo supo nunca hasta que fui a verlo.

¿Intuía usted el fatal desenlace?

—Él murió después de 72 días en la UCI, el 31 de enero, y hasta una semana antes yo aún veía al menos entre un 30 y un 40 por ciento de posibilidades de que se recuperara. Pero mi hijo no se murió directamente por la covid, sino por todas las complicaciones que se le fueron añadiendo y por una bacteria de hospital. Tuvo una peritonitis, tuvieron que extirparle parte del intestino, el hígado le dejó de funcionar, tenían que ponerle diálisis, fue un desastre que acabó con su vida, y eso que era un hombre fuerte.

¿Qué recuerda de su estancia en Cuidados Intensivos?

—Allí estás medio sedado, tienes visiones y sueños asquerosos, conectado al respirador artificial, un tubo en la tráquea, una mascara en la cara y los brazos atados para que no te la quites y sin poder hablar. Tenía momentos de lucidez pero solo veía la pared de enfrente con cables y un trozo de armario. Entonces preguntaba por mi hijo, pero me decían que no me preocupara y que iba bien. Era normal que me dijeran eso, no se lo reprocho.

¿Usted forzó para marcharse a casa cuando salió de la UCI?

—Sí, hice todo lo posible. Luego me llevaron a planta pero estaba intranquilo. Le dije al médico que en mi casa todos habían tenido la enfermedad y que quería volver, aunque salí del hospital hecho una mierda. En total perdí 13 kilos.

¿Qué deberíamos saber todos?

—Yo apelo a la conciencia de la gente, que se comporte, que no sean imbéciles. Cuando un chico de 16 años me mira y se ríe o me enseña el dedo porque le digo que se ponga la mascarilla, yo le explico que no me importa si se muere él, pero sí su padre o su abuelo.

¿Considera que la gestión de la pandemia que se ha hecho podía haber sido otra?

—Se ha hecho rematadamente mal. Esto se arreglaba poniendo guardias civiles en los puertos y en el Aeropuerto, y a todo el que tuviera que entrar directamente conducirlo a un hotel a pasar una cuarentena como se hace en otros países. No pasa nada si los estudiantes se quedaban unas vacaciones sin venir. Yo estuve un año fuera en la ‘mili' y lo pude soportar.

¿Hay responsabilidad?

—Para mi tanto los políticos del Gobierno como los autonómicos, insulares y locales son responsables de homicidios imprudentes porque tenían la solución, que era cerrar la Isla, y no lo hicieron.