Su jornada empieza temprano con una patrulla por el bosque. El equipo del que forma parte se divide y controla que todo esté limpio y en orden en los parques de Langley, Black Park y Denham, en total 283 hectáreas verdes en el sureste de Inglaterra.
Saúl Alonso es un menorquín que disfruta cuidando los rododendros floridos y los pinos negros; sus labores diarias como ranger (no es exactamente un guarda forestal como se entiende en España, se traduce como guardabosque) incluyen también vaciar papeleras y cortar setos, pero además procura «empujar» la gestión del parque en la dirección que a él siempre le ha interesado, la conservación de la naturaleza.
Es graduado en Ciencias Ambientales, especializado en cambio climático y hace cinco años que reside en Reino Unido, los tres últimos en Langley, población cercana a estos parques de Buckinghamshire County.
¿En qué consiste exactamente el trabajo de un ranger?
—En el mantenimiento práctico de los terrenos del parque, eso incluye cortar el césped, tala de árboles, cambio de papeleras, revisar los servicios como cuartos de baño, reparar mobiliario como verjas, vallados, mesas de picnic; labores de jardinería como el riego..., además atendemos dudas de los visitantes, abrimos y cerramos los parkings, dirigimos grupos de voluntarios que vienen a trabajar una vez a la semana y nos ayudan. Es muy variado.
¿Cómo es esta zona natural?
—Son parques dentro de un área muy extensa. Dentro del Black Park hay determinadas zonas calificadas como Site of Special Scientific Interest, denominación concedida por Natural England a zonas que contengan elementos de valor especial (en este caso flora y fauna). Hay especies que dependen de este hábitat, aquí lo llaman heathland (brezal), que ha sufrido una fuerte reducción, en Inglaterra concretamente esa reducción ha sido del 80 por ciento en los últimos 200 años. Esa calificación otorga un cierto nivel de protección contra desarrollo y malas gestiones pero no es absoluta. Langley Park no cuenta con protección oficial pero está reconocido a nivel nacional por la presencia de invertebrados y hongos saproxílicos (se alimentan de madera muerta, un elemento que escasea en bosques modernos).
Denham tampoco está protegido oficialmente pero los tres parques forman parte del Colne Valley Regional Park, que es un conjunto de zonas rurales, con parques, lagunas y agricultura.
¿Están abiertos al público?
—Sí, de hecho lo principal aquí son los visitantes, el objetivo es que la gente pueda venir a pasar el día, luego dentro de cada parque hay zonas más protegidas. Son parques en los que la entrada es gratuita, son públicos, pertenecemos al condado, pero nos financiamos gracias a las entradas que se cobran en los aparcamientos, porque no es fácil llegar a los parques a pie o en transporte público. También logramos ingresos gracias a contratos con la industria del cine, porque tenemos cerca los estudios Pinewood, y aquí, debido al paisaje, se han grabado escenas de películas como Harry Potter, James Bond, Capitán América..., también en la última de Stars Wars grabaron aquí, hay una zona plantada con pino negro, muy alto y recto, una extensión muy grande, y gusta mucho.
¿Cómo y cuándo decidió instalarse en Reino Unido?
—Hace cinco años que estoy en el país y en este parque en concreto tres. Empecé como voluntario en Escocia, probé el voluntariado cuando acabé la carrera y no sabía qué hacer con mi vida. Contacté con el Molí de Baix en Sant Lluís para realizar un voluntariado europeo, sin ninguna idea clara, y así empecé, con la Scottish Wildlife Trust.
¿Por qué dudaba del camino a seguir tras graduarse?
—Porque en la universidad, en el aula, todo estaba más centrado en la investigación y el laboratorio, y a mí lo que me gustaba era estar en contacto con la naturaleza.
¿Cómo fue ese primer destino de voluntariado?
—Estuve un año en una oficina con sede al norte de Inverness, en Escocia, y trabajábamos con tres o cuatro reservas naturales en los Highlands. Fue espectacular. Esa entidad es como una fundación que no recibe dinero del Gobierno, lo genera con sus propios trabajos o a través de aportaciones de sus miembros. Compran terrenos y los gestionan para la fauna y flora silvestres. Ese fue mi primer trabajo, me proporcionaban alojamiento y un poco de dinero.
A partir de ahí entró en contacto con su vocación real...
—Exacto, lo que pasa es que hasta que no me fui a Escocia no lo sabía ni yo ni nadie (ríe).
¿Decidió quedarse?
—Regresé un mes a casa, y mientras tanto buscaba trabajo en Reino Unido, pero me faltaba experiencia. Lo que hice fue contactar con la Royal Society for Protection of Birds, que tiene su propio programa de voluntariado. Y me fui con ellos a Exeter, en Devon, fue la forma de abrirme camino y ganar experiencia. Me daban alojamiento y me entrenaban, haciendo diferentes cursillos, pero no cobraba. Así que de lunes a viernes trabajaba para ellos y los fines de semana limpié platos, trabajé en el McDonald's...
¿Fue duro?
—Fue algo más de un año de conseguir experiencia. Me gustaba mucho, para mí lo duro era trabajar el fin de semana lavando platos, no estar de lunes a viernes en la reserva natural. No descansaba mucho, pero después ya conseguí el trabajo actual en el parque.
¿Qué objetivo persigue con su trabajo?
—Lo que me interesa es la conservación del medio ambiente y estiro en esa dirección, y mi equipo muestra su apoyo, así que estamos mejorando. Por ejemplo, los visitantes son importantes, pagan nuestro sueldo, pero anteriormente tenían toda la prioridad. Yo soy partidario de que en época de cría se controlen las visitas en algunas secciones para que las aves que anidan en el suelo tengan una oportunidad. Hay que tener en cuenta que al final del año nos puede llegar un millón de visitantes, tenemos mucho éxito pero también presión sobre el terreno.
¿Qué tipo de fauna tienen?
—En cuanto a aves, son especies comunes pero hay muchas: carbonero, herrerillo común, picoverde, picomayor, córvidos, aves rapaces como cernícalos, milanos, ratoneros, una pareja de cuervos que anida con nosotros cada año; también hay un pequeño lago con ánade real. Y además hay corzos, conejos, roedores, erizos, tejones, zorros..., aunque de estos últimos no tantos como en el centro de Londres.
¿Les afectó la pandemia, cerraron por el coronavirus?
—Sí, hubo tres semanas que nos mandaron a casa a parte del equipo, el resto, algunos viven en el parque, se quedaron para tareas básicas de mantenimiento. Se cerró todo menos las zonas que son camino público, en contra de lo que dijo el Gobierno, que permitía ir a los parques a pasear durante el confinamiento, pero aquí la administración local consideró que se llena demasiado y no era seguro. Tuve suerte porque se nos consideró trabajadores esenciales y nos asignaron otras tareas, de oficina y de reparto de comida a personas vulnerables, así que cobré mi sueldo entero.
¿Ha vuelto ya la normalidad?
—No del todo, a finales de abril reabrimos pero con medidas, las cafeterías y los baños están cerrados. Los jardines de rododendros, que han florecido y durante unas semanas son uno de los mayores atractivos, se cerraron porque los pasillos son demasiado estrechos para mantener la distancia. Hemos dividido turnos, no compartimos vehículos, hay circuitos de entrada y salida, y usamos mascarillas, guantes..., hacemos todo lo posible para reducir contagios. Pero a nivel de negocio los parques ya han recuperado las pérdidas de las semanas cerradas, fue como una estampida de visitantes cuando volvimos a abrir.
Como ambientólogo, ¿cree que el encierro humano ha hecho caer la polución y favorecido a la naturaleza?
—Creo que ha sido un paréntesis muy corto para el entorno, volvemos a estar como estábamos y ademas corriendo. Seguro que hay muchos sitios en los que la reducción de la presencia humana se ha agradecido y especies han decidido criar, pero leo noticias de que las redes puestas para proteger nidos en algunas playas, la gente ya las ha roto y ha robado los huevos de aves. Quedan muchas cosas por cambiar, el tráfico de coches que tenemos en las ciudades por ejemplo es insostenible. Lo que han bajado los niveles de contaminación con el encierro obligado ilustra lo rápido que sería reducir emisiones en el aire, pero al final del año no creo que se note, será algo anecdótico.
Pero el parón económico genera pobreza...
—Lo de pararse del todo no funciona, lo estamos viendo ahora, y en Menorca hace falta el turismo, pero también hay propuestas de entidades como el GOB que no se tienen en cuenta, no digo que sea rápido ni fácil, pero hay opciones.
¿Como cuáles?
—Yo creo que por ejemplo a nivel de ornitología Menorca sería un destino popular, y vendrían turistas fuera del verano, durante todo el año. En Reino Unido interesa mucho, y hay aficionados que viajan buscando especies concretas para verlas, Menorca tiene ese potencial y creo que no se está aprovechando.
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