menorca ciutadella bailaor rodrigo robles menorca ciutadella bailaor rodrigo robles | Josep Bagur Gomila

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La ficha

Nació en el año
— 1983, en Guadalajara (México).

Actualmente vive en...
— Ciutadella.

Llegó a Menorca...
— En el verano de 2012, después de haber vivido cinco años en Madrid.

Ocupación actual
— Bailarín, Miembro fundador de la Compañía Zaranda Flamenco.

Estudios
— Licenciado en Relaciones Internacionales.

Su lugar favorito de la Isla es...
— Es Codolar de Biniatram.

Llevaba ya cinco años residiendo en Madrid, en un edificio de Carabanchel donde se convivía con una activa comunidad artística, donde le comentaron que una compañía necesitaba un bailarín para hacer la temporada de verano en Menorca. Dijo que sí y desde entonces ya han pasado siete años.

¿Qué le pareció el lugar?
—Al principio me aburrí un poco, y eso que llegué en agosto. Creo que fue un año curioso, en plena crisis y sin que en la Isla hubiera demasiada gente, nada que ver con los veranos de ahora. Yo tenía otro tipo de expectativas entonces, pero al final acabé volviendo al verano siguiente, repetí y la Isla me fue enamorando.

¿Se instaló de forma permanente?
—Al principio venía solo los veranos, pero a medida que iba pasando el tiempo me iba quedando más. Voy y vengo, pero siempre alargando las temporadas.

¿Por qué el salto a España?
—El flamenco fue lo que me trajo a España. En el mundo de la danza siempre me formé artesanalmente, nunca pasé por un conservatorio, estudié relaciones internacionales. Trabajé un año allí, pero después me salió una beca para venir a Madrid a hacer una formación en flamenco. Me vine y luego decidí quedarme.

¿Qué le enamoró del flamenco?
— Lo primero que me gustó del flamenco fue el sonido de la guitarra, era un adolescente y fue cuando hice un viaje con mis padres a Sevilla; escuchar esa música fue toda una sensación. Siempre había querido bailar desde que era chiquito, pero fue al terminar el instituto cuando decidí que quería formarme en esto. Así fue como empecé a tomar clases de ballet y de baile contemporáneo; conocí a un colega que estaba estudiando flamenco, y entre eso y el recuerdo del viaje que había hecho, la guitarra, los movimientos, pues empecé a entender ese mundo y me atrapó.

Para siempre.
—Sí, y cada vez más, cuando empiezas a entender un poco más a escuchar el cante, las letras, los quejíos, es un universo cultural riquísimo. Si estás abierto a eso y te gusta, es para perderte en él y no acabar de estudiar y profundizar.

¿Qué impacto tiene el flamenco en México?
—Hay diferentes formas de verlo. Es evidente que para la gente en general es un estereotipo español.

¿Cómo para nosotros un mariachi?
—Sí, más o menos. Pero hay una población bastante aficionada que ha ido creciendo y conociendo ese arte. México es ahora mismo uno de los países que más flamenco tiene, y hay gente que está bailando muy bien. El cante va un poco por detrás porque es una cosa muy particular, pero aún así hay gente que se está formando y que está consiguiendo cosas. Solo que este proceso de boom y profesionalización se ha dado mientras yo estaba en España, cuando vivía México no era para nada así.

¿A qué se debe ese auge?
—Hay varios factores, pero uno muy importante es la información. Las tecnologías hacen que todo se difunda mucho más rápido. Siempre ha habido afición, pero el conocimiento antes se guardaba y se daba más poco a poco, pero ahora eso no se puede hacer.

¿Cuáles son sus referentes?
—En el baile me gustan muchos, pero hay un par de bailaores que considero diferentes, como José Maldonado, o Manuel Liñán, que recientemente estuvo en el Principal. También me gusta Marco Flores, y luego hay otra rama que es un poquito más loca en su forma de componer, Andrés Marín e Israel Galván, que trabajan de una manera más contemporánea, que también me gusta.

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¿Y en cuanto a la música?
—Me gusta la cantaora Marina Heredia, y últimamente, aunque luego está muy criticado, creo que el Niño de Elche tiene un puntillo que me parece muy interesante.

¿Se refiera a las críticas recibidas por el titular de una polémica entrevista o por su particular forma de entender el flamenco?
—Desconozco esa polémica, me refiero a el hecho de no ser un ortodoxo dentro del género. El otro día escuché un especial en Radio 3 y sinceramente no me sonó a flamenco, pero me gustó el punto desde donde partía su investigación. Planteaba que siempre ha sido una música de ida y vuelta, porque el universo cultural en el momento en el que se crea el flamenco era el caribe afroandaluz, no era solo Andalucía.

¿Cómo cala el flamenco aquí?
—Ha costado mucho. Pues así como que dices que el estereotipo del flamenco es muy typical spanish, en Menorca también. Aquí, aunque hay una comunidad andaluza importante, que es la gente que sigue el flamenco, tengo la impresión de que hay personas que lo consideran un arte de segunda categoría. La compañía con la que trabajo, Zaranda, en el mercado en el que nos movemos, que es el de los hoteles, sobre todo, aunque hemos hecho muchas otras cosas, tenemos una propuesta de hacer lo más parecido al flamenco por derecho que se puede hacer.

Hábleme de Zaranda.
—Surgió en 2016 porque queríamos trabajar con cierta regularidad un proyecto que fuera escénico y que pudiera funcionar en un verano como el de aquí pero que tuviera también una honestidad. A partir de ahí hemos ido tratando de profundizar en nuestro oficio. Y eso creo que se ha ido notando; siento muy diferente tanto el trabajo de la bailarina Laia Costa, del guitarrista Joan Torres y el mío propio tanto por separado como en conjunto.

¿Qué le gusta de la vida aquí?
—Vengo de un país que es muy complicado, cada vez más, y me duele mucho pensar en eso y decirlo. Cada vez que vuelvo encuentro que hay mucho dolor y estrés por el tema de la violencia, y en Menorca eso no existe. En general, España es un país que es tranquilo, pero la Isla no tiene comparación, y además puedes vivir muy cerca de la naturaleza. Te permite tener un cierto ritmo de trabajo para ir tirando, disfrutar la vida y desarrollarte profesionalmente a un nivel, pero con una calidad de vida que es espectacular.

Aquí vive tranquilo, pero preocupado por los suyos.
—Sí, que me preocupo. Soy un poco friki con eso, todos los días escucho las noticias, igual un poco por la vocación política que tengo leo los periódicos de allí y escucho noticieros.

Inestabilidad, en general, en el continente americano.
—Me preocupa la cuestión, y casos como el de Bolivia por ejemplo me han tocado un montón. Yo sé que es controvertido, creo que las decisiones a nivel político no son nada fáciles, hay unas cosas que son las deseables y otras que son las posibles, y si no tienes toda la información completa no puedes decir hasta dónde se puede llegar. Lo que está claro es que los números de Bolivia, sus estadísticas, lo habían hecho un país próspero, con una participación social muchísimo más democrática que antes. Que Evo Morales tuviera que salir así del país me parece doloroso. Pero creo que no es solo cuestión de un país, sino de que en cada país están pasando cosas con el reposicionamiento de los poderes globales.

¿Le tienta volver a la profesión de las relaciones internacionales?
—No sé. Hubo un tiempo en que me gustaban mucho estos temas pero me dolían, y entonces decidí apartarme. Bailar me permitía desarrollar otro tipo de cosas, otro tipo de sensibilidades. El trabajo con el cuerpo ha sido la mejor herramienta que he tenido hasta el momento para conocerme, por eso bailo. Eso es lo que me mueve, la sensación que tengo cuando bailo me lleva mucho al presente, mi cabeza para y solo pienso en lo que tengo que hacer en ese momento, eso genera endorfinas y cosas que te hacen estar en subidón.

Vamos, que bailar es muy recomendable para la salud.
—Yo me lo paso pipa. Es lo que más me divierte en el mundo. Pero también es cierto que con el paso del tiempo y los años el volver a lo otro, sí que me gustaría; no lo descarto.

¿Está aquí para siempre?
—Yo soy de ir y venir, aunque me veo aquí, pero tengo el corazón divido porque mi país, aunque me duele, me gusta mucho. Menorca me enamora, me seduce y me sigue gustando. La Isla es como un amante al que vuelves siempre. Podría vivir aquí mucho tiempo, igual yéndome los dos meses fríos del año (risas). Una de las cosas que más me gusta de Menorca es la gente, porque al final aunque conocer a la comunidad cuesta porque vas despacito, al final puedes ser tú mismo y ser bastante libre, la gente no se mete contigo, la Isla es un espacio de libertad superchulo. Tengo una muy buena comunidad de amigos en la que me siento muy acogido.