Un buen día, Silvina vio en internet una foto de una tierra con un mar «increíble». Pensó, tengo que visitar ese lugar, y resultó que era Menorca.
¿Así de repentina fue su decisión de venir?
—Te cuento. Tengo una prima con la que no mantenía mucho contacto, pero sabía que vivía en una isla, y resulta que era Menorca. Tenía planificado un gran viaje por Europa, y después de pasar por varios países, dejé la isla como última parada y con la intención de quedarme algo más de tiempo. Tenía como una especie de intuición que me llamó a conocerla.
¿Se correspondió lo que vio con la sensación que le había transmitido la foto de internet?
—Sí. Recuerdo que llegué al puerto de Maó de cuando empezaba a amanecer. Me pareció un sitio muy lindo y muy diferente también. Sentí que había algo distinto. Comprobé que la foto que había visto reflejaba muy bien la maravilla que es esta isla. Luego fui descubriendo otras partes, otras cosas, que ya tienen que ver más con la gente y cómo se mueve acá.
¿Un estilo de vida muy diferente al que estaba acostumbrada?
—Bueno, en algún punto sí. Aquello es América y en Europa hay un orden muy establecido. En Menorca todo funciona. Todo está con mucha claridad, pero después tiene como otra parte…
¿A qué se refiere exactamente?
—Al hecho de que es una isla y eso es algo que se siente, sobre todo para alguien como yo que viene de un lugar tan grande, con montañas y grandes extensiones. Allí estás acostumbrada a la expansión. Y aquí los límites están muy claros, y es algo que se siente. También se siente en ese sentido una unas estructuras fijas, y abrirse a veces a cosas un poco diferentes cuesta.
Venía para unas semanas y ya lleva dos años.
—(Risas). Simplemente decidí quedarme y desde entonces no he vuelto a Argentina. Desde que estoy aquí he salido pocas veces de la isla, y cuando lo hice me dio una visión de dónde estoy. Ahora el cuerpo me pide un poco ir a Argentina. Creo que me ha pasado como a muchos de los que vienen acá, que por una cosa u otra te vas quedando. He hecho muy lindos vínculos, y eso para mí muy importante, algo que me sostiene. Vínculos con gente de afuera, que se ha curtido en esto de estar en un lugar que no es propio.
¿Hacen una especie de familia?
—Sí, pero como soy curiosa no me gusta quedarme solamente con eso, también quiero conocer a la gente de acá y ver de qué trata este lugar.
El viaje a Europa fue por placer, ¿pero pensó prolongarlo tanto?
—No. Pero era un viaje abierto. Me vine con la guitarra, me dije, a donde voy, voy a hacer lo mío. Esa era la idea.
¿Y qué tal por aquí con la guitarra y sus clases de canto?
—Llegué directamente a mostrar mis canciones, enfocada en mi parte de cantautora. Ahora subsisto con las clases de música, talleres y el canto terapéutico. Apenas llegué probé a cantar en hoteles, porque me lo decían, pero no me gustó.
Sin embargo, sí que se le ha visto participar en programas culturales para cantar por las calles de Maó, por ejemplo.
—Sí, eso ya me gusta más. O en escenarios como Sa Sínia, lugares en los que siento que me puedo expresar y que la gente está receptiva. En lo otro de lo que te hablaba, lo de los hoteles, no hay tanta recepción, es más como un entretenimiento.
Defina su estilo musical.
—Canto y toco la guitarra, un estilo acústico. En las letras hablo mucho de mí, de mis experiencias y mis viajes, pero también hay mucha reflexión humana, es algo que me interesa mucho. Veo cosas en lo que siento, todo me afecta y lo pongo en mis letras. Hay como un elemento de conciencia y reflexión, que es lo que me sale, pero no es que tenga la intención de cambiar a nadie con ello.
¿Y en cuanto al sonido?
—Podría decir que una mezcla entre folklore de allá y medio country, cuando era chica viví unos años en Estados Unidos, en Nuevo México. Aquello fue una experiencia superlinda, algo que me dio mucho para poder adaptarme a los lugares nuevos cuando llego. También canto mucho jazz.
Escuchando su voz me recuerda a la cantante del grupo colombiano Aterciopelados.
—Qué bueno, me encanta esa mujer, Andrea Echeverri. Es una persona que me gusta y creo que representa algo muy lindo, una mujer potente, y la escuché mucho de joven. Pero si hablamos de referentes musicales también tendría que citar a Silvio Rodríguez, escritor y músico exquisito; también me gusta mucho la música de Brasil y Elis Regina como cantante. Chico Buarque como escritor.
¿Cómo nace su pasión por la música?
—Desde chiquita sentía pasión tanto por la danza como por la música. Ya me inventaba canciones y bailaba, estaba claro que me iba a dedicar a ello. Creo que tenía una facilidad, y eso me llevó a un coro y de adolescente participé en un concurso de música, y eso me fue marcando el camino.
¿Planes de disco?
—Tengo maquetas, pero la idea sí que es poder grabar un disco. Tengo canciones suficientes, lo que esta por ver es cómo lo gestiono, si lo hago sola o con otros músicos de acompañamiento, y también si lo hago acá o en Argentina. Tengo ganas y creo que es proyecto que me está faltando.
Y qué me cuenta de esa otra rama de la música con la que trabaja, la terapéutica.
—Llegó a mí a través de la investigación. Hubo un momento en el que dejé de hacer música, me había saturado de aprender y tener una exigencia muy grande, y lo dejé. Pero luego me di cuenta de que tenía que volver, ya que no puedo vivir sin expresarme con la música. Pero lo hice sabiendo el poder terapéutico que tiene en sí. Cuando cantas, te sana. Eso me dio pie a investigar con el canto y la vibración, que es algo muy antiguo y poderosísimo. Investigué los sonidos y las frecuencias dando forma a mi propio método
¿Hace falta tener una buena voz para sanarse al cantar?
—(Risas) Siempre digo que todos cantamos; los seres humanos tenemos esa condición de poder hacerlo, de hacer música. Si te fijas, los niños cantan y bailan; luego lo que va pasando por el camino es lo que se tuerce.
¿Seríamos personas más felices si cantáramos cada día?
—Totalmente. Es algo natural; si no tienes nada que te reprima en el día a día, vos vas a cantar, o silbar, o bailar un poquito.
¿Cree que la música está infravalorada, que se utiliza como acompañamiento de fondo?
—Totalmente. Si la valoráramos, se usaría más en la escuela. Ya hay lugares en los que se está diciendo que se sabe que la música tiene que ser una materia clave en la educación. No como un divertimento, sino como algo muy importante.
En mi época, la asignatura tenía muy poco peso. ¿Es diferente la educación en Argentina?
—No, un desastre (risas). Tocar la flauta dulce, el do-re-mí y poco más, y con eso no vas a ningún lado. Hay que abordar la música en otro sentido. Tiene algo bueno y es que te conecta con la libertad para expresarte, con lo creativo.
¿Se imagina vivir sin música?
—No puedo. La música es el motor de mi vida. La necesito como una forma de expresión cotidiana. Me pasó cuando era adolescente, una época en la que todos tenemos nuestros problemas, y cuando me invitaron a cantar en un concurso empecé a darme cuenta de que me cambiaba totalmente la energía.
¿Qué aprecia de la vida aquí?
—La calma y la belleza natural, belleza en los sentidos, y eso para mí es mucho, te hace estar bien. Creo que este es un lugar muy particular, un lugar aparte, muy seguro y con mucha amabilidad en el trato entre la gente.
¿Le resulta inspirador?
—Para irte para dentro y sacar cosas, sí; pero si encuentro, a mi modo de ver, que hay como un pequeño vacío de cultura en lo que se refiere a lo artístico, y principalmente en la música. Creo que lo que hay se ha ido mucho hacia el negocio de la música, orientado al turismo. A veces siento como que me falta un poco ese estímulo, escuchar cosas diferentes y más creativas.
¿Qué perspectiva tiene de su país desde la distancia?
—Argentina siempre ha estado así, estamos acostumbrados a esa vivencia un poco caótica. La distancia me ha ayudado a valorar muchísimo de dónde soy, tanto en lo que se refiere al lugar como a la gente. Luego está ese caos y la inseguridad que allí se vive. Volver me va a ayudar a tener otra perspectiva de allá y de acá.
Pronto visitará su casa. ¿Regresará a la Isla?
—Sí que volveré.
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