Gianna Carrano

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La ficha

Nació...
— En Roma, pero se siente de Milán.

Actualmente vive en...
— Alaior.

Llegó a Menorca...
—Por primera vez en 1984; hace cinco años reside en la Isla de forma permanente.

Profesión
— Fotógrafa.

Familia
— Casada, tiene una hija que también vive en Menorca.

Su lugar favorito de la Isla es...
— Está entre Binibèquer y Punta Prima.

Vino por primera vez hace 35 años, cuando conoció a su marido. «Me dijo que me iba a enseñar una Isla diferente», rememora sobre un destino que acabó convirtiéndose en su segunda casa hasta que se instaló definitivamente hace cinco años.

Tras muchos años, al final dio el paso.
—Decidimos quedarnos aquí para tener calidad de vida. Aunque parece banal decirlo, es cierto que es algo importante el tipo de vida que uno lleva. Voy a Milán una vez al mes, allí tengo familia y muchos contactos de trabajo, pero no creo que pudiera volver a vivir allí ahora de forma permanente.

¿Por qué?
—Pues porque para mi trabajo me he acostumbrado a tener una calma; necesito ver un horizonte, el azul; necesito un espacio que me proporcione un aislamiento, en el sentido positivo. Y eso lo tengo aquí. Mi relación con Menorca ha cambiado desde que comencé a conocer la Isla. De vacaciones, en verano, es un nivel; cuando vives aquí, es otro totalmente diferente. Todo el mundo dice que el invierno es duro, pero no creo que sea para tanto.

¿Qué le ha sorprendido de ese otro nivel del que habla?
—Pues que esa es la vida de verdad. Un nivel en el que te relacionas con las personas de una forma diferente porque ya estás viviendo, estableces contactos distintos a cuando vienes solo temporalmente. Yo veo la relación entre la Isla y yo, como si fuera con un gato.

¿En qué sentido?
—Adoro a ese animal. El gato tiene su individualidad y eso es importante. La Isla y sus habitantes tienen unas características que yo respeto, y ellos respetan las mías; nos miramos y nos queremos, y también actuamos juntos cuando toca. Esa independencia es lo que me gusta del gato, que no es sumiso, que tiene un carácter fuerte. Las personas de la Isla tienen un carácter fuerte en el sentido de una personalidad muy unida a sus raíces. Me parece que Menorca tiene una mirada al interior.

¿Es eso positivo en lo que toca al desarrollo de su profesión?
—Sí, si no, no estaría aquí. Desde un punto de vista psicológico y emotivo, para mí es muy importante. La Isla me proporciona mucha inspiración. No sé cuánto de sus elementos se reflejan luego en el trabajo de artista, pero entra dentro de ti y de alguna manera encuentra un laberinto en tu cabeza y te moldea.

¿Cómo entra la fotografía en su vida?
—Pues tiene que ver con mi marido, que era un fotógrafo conocido que trabajaba con revistas de moda. Por eso la expresión fotográfica me resultaba familiar. Antes escribía libros únicos de artista. Estuve trabajando en uno titulado «Pecados de artista», planteado a través de una serie de entrevistas. El concepto giraba en torno a la idea de que tú perdonas al artista sus pecados de hombre en virtud de su obra, porque esta lo redime. Fui a a hablar con grandes como Maurizio Cattelan o Chillida, a quien visité en Menorca… Y él también me confesó su pecado.

¿Se puede decir?
—Sí. Haber utilizado la luz blanca en vez de la negra. Él se consideraba un escultor de la luz negra, trabajaba con el hierro. Me contó que una vez realizó dos bustos de mármol al estilo griego, o sea blancos, y había prometido que no iba a a volver a hacer algo así porque no era su estilo, no era su alma, pero tanta era la desesperación de cuando vivía en París que volvió a hacer esculturas de ese tipo. Me dijo que ese había sido su pecado.

¿Y usted de qué luz es?
—De la blanca. Trabajo en blanco y negro. Pero lo que emerge de mis cuadros, que tienen un fondo negro, es la luz, es la parte blanca la que sobresale, la que tiene la fuerza de salir de la oscuridad. Considero que el negro es un color que reúne a todos; es decir, un color positivo, lo que tú no ves reúne todas las posibilidades. En todos mis trabajos los protagonistas se enfrentan con un límite, una barrera que no hay que sobrepasar, pero esos cuerpos se atreven mirar porque hay un viaje mental, y ese es el viaje que yo hago en esta Isla.

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Como los agujeros negros, que tienen capacidad de absorción.
—El negro me lleva al horizonte azul, a preguntarme qué hay detrás, siempre veo que hay una novedad, una salida, una posibilidad positiva, una vida nueva.

En ese sentido, ¿cómo ha influido Menorca en su obra?
—Me marca el sitio donde trabajo, hace mi trabajo más esencial. En la Isla he encontrado pureza de pensamiento y una imagen más fuerte, más sintética e incisiva. La luz que encuentro aquí es perfecta. Aunque claro, cada artista te podría decir una cosa sobre ella.

¿Por qué es perfecta?
—Cada uno utiliza su luz, pero la que yo prefiero utilizar es la luz dorada que llega oblicua, más baja, cuando el sol no es tan fuerte para aclararlo todo y quita todas las sombras. Yo necesito las sombras. La luz aquí es fantástica.

Nos hemos desviado del libro «Pecados de artista»…
—Sí, estábamos en 2007, con la crisis económica encima. El editor no tenía los recursos para apoyar la iniciativa y no prosperó. Entonces pensé, como decimos en Italia, parole va en fumo (las palabras vuelan), y me dije, haré unas velas, que hacen humo, y escribiré unas palabras sobre ellas, mis pensamientos. Una amiga que era relaciones públicas de Versace vio el trabajo, lo compró como regalo de artista para su equipo y acabé trabajando para Japón con ese proyecto. Luego pensé que si no me expresaba con palabras podía hacerlo con imágenes. Así hice una serie de fotografías, cuya traducción era «Estamos todos colgando de un hilo», que exprimía la situación de precario equilibrio emotivo que estábamos viviendo en 2009.

Y así empezó su trayectoria fotográfica.
—Sí, con una muestra en la que todos los cuerpos se balanceaban sobre un hilo, que en mis obras era luminoso. La expuse el Museo de la Energía de Milán, fue una muestra en la que con un sistema de ultrasonidos la foto interactuaba cuando el espectador pasaba delante. La empresa que colaboró estaba encantada de demostrar a su público que una tecnología de guerra se podía aplicar al arte. A mí lo que más me interesaba era expresar una emoción.

¿Es complicado vivir del arte?
—Es difícil tener una salida. Hay muchos proyectos buenos y muchos artistas buenos; todo está en manos de la suerte y la determinación que tengas. Los medios que te proporcionan una visibilidad no son infinitos. Yo lo que estoy haciendo es profundizar mi manera de trabajar, de fotografiar y de pensar.

¿Siempre estuvo interesada por el mundo de arte?
—Digamos que por el de la creatividad. Nací en un ambiente familiar que ya era creativo. Desde muy joven me dediqué a la moda, diseñaba y firmaba con mi nombre, que ya sonaba en el sector por herencia de mi padre.

¿Qué le aporta la Isla como lugar?
—Que no deja de sorprenderme. Hace mucho que la descubrí y sigue teniendo cosas que no conozco. Siempre hay algún sitio donde no he estado, una leyenda que no conozco. Dicen que es la isla del poc a poc, y es verdad, pero siempre hay muchas cosas que hacer. Tiene encantos para muchas personas y con muchos gustos diferentes. Cada uno puede encontrar aquí su pasión, yo me he aislado en Menorca con la fotografía, aquí vivo en uno de los muchos mundos de la Isla. Menorca esconde muchos mundos.

¿Qué echa de menos de su país?
—Yo no echo de menos, en el sentido de que yo vivo y estoy orgullosa de vivir las dos realidades de los dos lugares. Mi familia y mi forma de expresarme están aquí y todo lo que tengo de italiana no lo pierdo; estoy muy orgullosa de todo lo que está detrás de mí. Estoy hecha de los dos sitios, mi corazón no está dividido, lo une todo.