Pasión por la pintura. La inglesa, junto a algunas de las obras que expuso en 2010 en la Sala de Cultura de La Caixa de Maó.

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La ficha

Fecha de nacimiento...
— 2 de agosto de 1954 en Wolverhampton, Inglaterra.

Actualmente vive en...
— Maó.

Llegó a Menorca...
— El 18 de marzo de 1973 para trabajar como au pair.

Profesión
— Ha trabajado en el sector turístico y como profesora de inglés.

Familia
— Casada con un menorquín, dos hijas.

Su lugar favorito de la Isla es...
— «La isla entera».

El próximo agosto se cumplirán 65 años del nacimiento de Lyn en su Inglaterra natal, el origen de una trayectoria vital en la que la Isla ha jugado un papel principal. Y es que lleva por estas tierras algo más de tres cuartas partes de su vida, lo que le hace sentirse, según cuenta, en una menorquina más.

Era muy joven cuando decidió abandonar su país.
—La verdad es que sí, antes de cumplir los 18 años ya había viajado a Bélgica por mi cuenta. Después, de nuevo en mi país, trabajé durante un tiempo en una caja de ahorros, Halifax, una firma muy conocida. Había empezado en marzo y en mayo me fui de vacaciones a Mallorca con la familia, y eso lo cambió todo un poco. Después de ese viaje no quería volver a aquella oficina, y eso que era un trabajo que estaba bien pagado.

En realidad todo tiene que ver con su decisión de cambiar y comenzar a trabajar como au pair. ¿Cierto?
—Sí, a través de los anuncios de una revista había conseguido que me cogieran para cinco trabajos. Uno era en Estados Unidos, en el campus de una universidad de Filadelfia, pero en aquel tiempo tenías que pagar tu propio vuelo y si no estabas al menos durante un año la familia no te costeaba el viaje de vuelta, y estamos hablando de una época en la que los billetes costaban mucho dinero. Al final, como era el mismo idioma, pues lo descarté. También conseguí que me aceptaran en Suiza, pero como había estado antes trabajando en Bélgica y ya tenía un buen nivel de francés, también lo dejé pasar.

Opciones no le faltaban.
—Sí, también valoré la posibilidad de Grecia, pero pensé que podía dejar esa opción para otro año, ya que mi planteamiento era el de poder trabajar en diferentes países con el paso del tiempo, con 18 años tenía mucho mundo que recorrer por delante. Al final todo quedaba entre Italia, que es un país que me encanta, adoro el carácter italiano, pero el destino me marcó Menorca porque que mis padres se quedaban más tranquilos ya que unos amigos suyos tenían unos conocidos aquí.

¿Cómo es esa historia?
—Unos amigos de mi madre habían venido de vacaciones, y conocieron al hermano de quien en el futuro se iba a convertir en mi marido.

El amor se cruza en el camino, pero tengo entendido que no le gustó mucho la llegada.
Sí. De hecho el primer día me quería marchar de vuelta. Había sido una jornada difícil, cuatro horas de viaje hasta Londres, después la espera en el aeropuerto de Barcelona, donde no es como ahora, antes no todo el mundo hablaba Inglés, y casi pierdo el vuelo.

¿Qué esperaba de la Isla?
—Cuando llegué pensé que iba a trabajar en un chalet con piscina y terminé en una casa que estaba en lo que entonces era Catisa, en la calle San Sebastián, que en aquel tiempo era el barrio de las prostitutas. Llegué del aeropuerto con tantas horas de retraso y vi todo tan oscuro y estrecho, en plena noche, una ciudad que nada tiene que ver con la de ahora. Me contrataron en casa de un matrimonio entre una alemana y un andaluz, y mi tarea era cuidar de sus tres hijos. Estuvimos hasta el mes de agosto, después me marché con ellos a Galicia, pero luego regresé.

La primera impresión no fue buena, pero ¿cuándo comienza a descubrir la Menorca de verdad?
—Pues al día siguiente, al levantarme, vi que desde una de las habitaciones se veía todo el puerto de Maó. Cuando contemplé esa imagen, dije yo me quedo aquí. Venía de un lugar en el que casi estaba a bajo cero y aquí en marzo se podía estar en manga corta. Mi madre me estaba buscando ya un vuelo de vuelta, porque le había dicho que quería volver, supongo que por la acumulación de los nervios del viaje. Tenía 18 años, llegar aquí fue todo una aventura. Pero llamé a casa y dije: no te preocupes que me quedo. Me acuerdo que la señora de la casa al día siguiente, que era fiesta, el día de San José, me llevó a dar una vuelta en coche y visitamos muchos lugares y playas, y aunque todo estuviera cerrado, me gustó mucho. Luego encontré que Maó era un lugar con mucha vida.

¿Más que ahora?
—Sí. Me acuerdo que mi marido la primera noche que quedamos fuimos a Es Cau. Cuando escuché las canciones que allí sonaban dije: ostras que guay; era una época en la que había muchas discotecas, un movimiento muy diferente al de ahora.

Y aquí se quedó.
—Sí, desde 1973 ya no volví a vivir de forma permanente en Inglaterra, y aquí llevo ya 46 años.

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¿Cómo fue su adaptación a la vida a un país tan diferente y que vivía bajo una dictadura?
—Me resultó muy fácil. Lo que sí tuve un tiempo después fueron problemas con el permiso de trabajo, pero ya en 1979, cuando trabajaba en una oficina y me visitaron dos agentes de la policía secreta. No lo tenía, pero como estaba casada ya con un español me pude quedar, si no me hubiera echado del país. Fue entonces cuando pedí también la doble nacionalidad.

¿De dónde se siente?
—De aquí, menorquina. Cuando regreso a Inglaterra me siento como una extranjera. Las raíces están ahí, pero cuando llevas ya mucho tiempo en un sitio te haces con todo como si fuera propio, las costumbres, la comida, todo. Más aún cuando tienes familia. Soy una persona muy habladora y tengo facilidad para los idiomas; mis amigas de Inglaterra me decían que parecía extranjera. Todo hizo que mi adaptación fuera fácil, enseguida empecé con el menorquín, que hablo mejor que el castellano. Mis hijas saben inglés, pero ya sabes el dicho, en casa del herrero, cuchillo de palo: siempre me ha resultado imposible hablar con ellas en esa lengua, pero ambas la dominan.

¿Qué es lo que más le gusta del estilo de vida de la Isla?
—Lo único que puedo decir es que esta isla es mi vida. Hay gente que todavía me pregunta si algún día volveré a Inglaterra, pero adónde voy a ir después de tanto tiempo. Además, murió mi madre hace unos años y no sé si regresaré. Ya no tengo casa y pocos familiares, con los que aún mantengo el contacto.

Se ha dedicado muchos años al turismo. ¿Cómo ha visto la evolución de ese sector?
—Me da la impresión de que los trabajadores en turismo ahora son como un número; me explico, dentro de lo que es una empresa, cuando antes eras una persona, sabían quién eras y tu nombre, y creo que eso es algo que se ha perdido mucho.

Mucho han cambiado las cosas.
—Me acuerdo que cuando trabajaba de guía en las entrevistas era imprescindible saber castellano, hoy en día creo que son pocos los guías que lo hablan. Da la impresión de que muchos trabajadores vienen solo como a pasar la temporada, en nuestra época era diferente, y muchas guías ya estábamos casadas con gente de aquí. Puede que me equivoque, pero es la sensación que me da.

Ahora que está casi jubilada, ¿a que sé dedica?
—Todavía doy alguna clase de inglés a amigos, poca cosa, una hora al día, más que nada para tener algo diferente que hacer. Me dediqué muchos años también a la enseñanza de idiomas.

Dejemos los trabajos a un lado, ¿qué aficiones tiene?
—Pintar, hace unos años que hice una exposición en Maó, aunque llevo un tiempo en que lo tengo un poco abandonado. Tengo que volver a encontrar mi espacio en mi estudio. También me gusta mucho diseñar postales hechas a mano.

También se le conoce en la Isla por ser organizadora de eventos solidarios. ¿Cierto?
—Sí. Hace tres años me animé a hacer un desfile para recaudar fondos para la asociación Alba, de mujeres afectadas por el cáncer, en La Minerva. Me encargué de la organización y la verdad es que tuvimos bastante éxito. Después, tengo una buena amistad con DJ Chicha, y de vez en cuando organizamos cenas con baile para la misma causa. Y así, todo me condujo a conocer gente de Aspanob, que vela por los niños con cáncer, y seguimos en esa misma línea. Y la verdad es que la gente responde, a principios de diciembre hicimos también un desfile más grande en el Recinte Firal.

Aunque se considere tan menorquina, ¿hay algo que eche de menos de su país?
—No es una cosa específica de mi país, pero sí que echo en falta poder viajar en tren, que es un medio de transporte que siempre me ha encantado. Cuando voy a la Península aprovecho. Porque cosas como la comida, hoy en día si quieres una cosa inglesa puedes ir a una tienda de Sant Climent y conseguir casi lo que quieras.

¿Que opinión le merece que algunos de sus compatriotas venga de turistas y pasen prácticamente sin conocer la Isla y su cultura?
—En ese sentido no nos podemos engañar, la gente viene a tomar el sol, vienen en busca de las buenas temperaturas, y yo es algo que como inglesa entiendo perfectamente. Hay gente que sí muestra interés por conocer la cultura del lugar, pero en el fondo la mayoría vienen buscando el sol en las playas, la gente sabe dónde va.