Pintando en India. Mascaró siempre viaja con sus cuadernos de dibujo en los que plasma los lugares y las gentes que conoce

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Lugar y año de nacimiento

— Ferreries, 30 de abril de 1957

Profesión

— Pintor, artista dedicado a la temática de interiores, admirador de Vermeer y de la pintura holandesa del siglo XVII. Se autodefine como «pintor de realidades»

Vive en...

— Ferreries

Mi motivación para viajar es...

— Ver arte, descubrir nueva luz y nuevos colores. Dibujar lo visto y disfrutar preparando, haciendo y, después, recordando el viaje. Conocer distintas formas de vida.

Países visitados:

— Uzbekistán, India, Tailandia, Egipto, Turquía, Túnez, Marruecos, Rusia, Grecia, Bulgaria, Rumanía, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Hungría, Chequia, Holanda, Bélgica, Alemania, Finlandia, Francia, Reino Unido, Italia, y casi toda la geografía española.

El viajero traza con sumo detalle su ruta. Se documenta en guías ‘de papel’, fotocopia mapas, enumera posibles lugares que visitar, y lee novelas ambientadas en el país o la ciudad que desea recorrer, porque también le interesa la ficción, «conocer la visión de los escritores» sobre su destino. Es consciente de que su forma de viajar es algo así como una especie amenazada, en estos tiempos veloces de internet, pero a él le gusta saborear el viaje incluso antes de iniciarlo.

Carlos Mascaró es un artista meticuloso, pintor dedicado a la temática de interiores, a quien le interesa más «la belleza hecha por el hombre» que el paisaje. Ese detalle lo traslada también a los viajes que realiza, siempre en busca de nuevos colores que incorporar a la paleta de su vida. Es un viajero y un lector infatigable. Rodeados de libros y antigüedades, en su casa-estudio de Ferreries, nos asomamos a una forma de conocer el mundo peculiar, viajando con la mirada del pintor que se detiene en lo que a muchos nos resulta imperceptible. En ocasiones se mueve por el mundo solo, «para otros mis viajes serían insoportables, quién podría estar conmigo un día entero en un museo», reconoce, o en otras ocasiones lo hace con su mujer, Eugenia.

Su pasión por la pintura se traslada al cuaderno y el lápiz que siempre le acompañan cuando emprende rumbo a un nuevo país, «dibujar me ayuda a entender, con la fotografía no lo consigo, y después el dibujo me ayuda a revivir ese momento», explica Mascaró.

Hay dos temas que le atraen sobre manera, son el mundo árabe y la Ruta de la Seda, la red comercial organizada en torno al negocio de la seda china y que las caravanas transportaban hasta Occidente. Pasa por antiguas repúblicas soviéticas como Uzbekistán, uno de los países que le emociona. «Fuera de Europa mi elección sería sin duda la absolutamente majestuosa plaza de Registán, que significa ‘lugar de arena’, de Samarcanda, la mítica ciudad de la Ruta de la Seda». Un nombre, asegura, que «hace soñar a viajeros de todo el mundo. Cuando estás en la plaza y tienes delante y a cada lado las inmensas y maravillosas madrasas –las escuelas islámicas–, con sus grandes cúpulas y altos minaretes de ese increíble color turquesa, se te corta la respiración». «Tu capacidad de asombro por la belleza creada por el hombre no tiene límites», concluye.

La literatura, clave

Desde muy joven, alentado por la lectura, «se lo debo a mi adorada y querida madre, ella me introdujo en otra de mis grandes pasiones, la recuerdo siempre con un libro en la mano», tenía en su lista de deseos conocer algún día «las míticas y soñadas ciudades de Samarcanda, Petra, Benarés y Ouarzazate. Ahora me parece increíble pero ya las he visto todas ellas».

Sin embargo, a sus 18 años, la edad en que legalmente podía viajar solo (hablamos de 1975), su primera escapada fue a Andorra. «¡Por aquel tiempo me pareció toda una aventura!, recuerda divertido. Pero solo era el comienzo. Le esperaban viajes maravillosos, como el que realizó con 20 años a Egipto durante un mes. Nada comparado con la aventura que narra en su opinión el mejor libro de viajes, un clásico de las letras árabes, «A través del Islam» de Ibn Battuta, quien durante más de veinte años recorrió el mundo conocido del siglo XIV.

Elecciones artísticas

Carlos Mascaró no se ha encontrado por el mundo otro viajero que dibuje en el cuaderno, como él, al menos no por el momento. «Solo unos pocos nostálgicos del arte, o tal vez románticos, seguimos viajando con ellos. Parece que ya no hay tiempo para dibujar, el tiempo es un bien escaso en nuestros días», reflexiona.

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«En mis viajes busco entre otras cosas ver sitios con nueva luz, para mí es muy importante, porque es distinta en cada lugar; también busco nuevos colores y formas de belleza creada por la mano del hombre». En esa búsqueda los azules turquesa de Samarcanda le han conquistado. Y si tuviera que elegir otro lugar, plástica y artísticamente, se queda con el norte de Rumania. «Las espectaculares pinturas murales de los monasterios del siglo XV de Bucovina, escondidos entre los montes Cárpatos», explica.

Esos monasterios, como el de Voronet, están pintados, no solo en el interior «increíblemente también, sino en todos los muros exteriores».

En uno de los que visitó vivían 300 monjas. «Era todo un espectáculo verlas desfilar, de riguroso negro, por el patio interior del monasterio. Son maravillosos y desgraciadamente muy desconocidos. Me gusta mucho el de Moldovita pero sobre todo el de Voronet, que tiene zonas pintadas de un espectacular color azul que da vida a las imágenes, especialmente en la pintura que representa el Juicio Final», comenta el viajero desde el punto de vista del pintor. Él, que dada su pintura de interior utiliza tonos cálidos, se siente atraído por esos azules espléndidos.

Otra de sus elecciones es el mural de Dresde, en Alemania, titulado «El desfile de los príncipes». Se trata de un mural elaborado «con 24.000 preciosos azulejos de porcelana que representan, a tamaño mayor que el natural, a unos jinetes desfilando. Mide nada menos que 102 metros de largo por 9,5 metros de alto», narra entusiasmado.

Repetir el destino que te emocionó es siempre un dilema al que se enfrentan todos los viajeros. Mascaró se pregunta si algunos de esos lugares habrán perdido la ingenuidad que conservaban hace 20 o 30 años, cuando él los visitó. «Algunos destinos defraudan al volver, Turquía fue uno de ellos, pero Egipto sin embargo no», recuerda.

A Holanda viaja en numerosas ocasiones y siempre repite, porque «soy un apasionado de la pintura holandesa del siglo XVII». Lo que no entiende es que alguien pueda viajar para hacerse una foto delante de un cuadro y ni siquiera admirarlo.

El lápiz despertó sospechas

En su memoria el pintor guarda experiencias, anécdotas y alguna que otra lección de la dignidad de personas que retrató o que conoció, aunque vivieran en la pobreza. Entre esos momentos curiosos recuerda cómo en Polonia, hace 30 años –era la época de las huelgas de Solidarnosc y faltaba poco para que cayera el Muro de Berlín–, visitó el museo Narodow de Varsovia, para contemplar un cuadro de Vasili Surikov, y una mujer mayor encendía y apagaba las luces de cada sala que él recorría, aguardando paciente a que el viajero viera las obras.

En Jordania, en la ciudad de Al-Karak conocida por su castillo cruzado, su afán por dibujar le metió en un apuro: al realizar una ilustración de un coche aparcado –que resultó ser de la policía–, y de su matrícula le tomaron por un espía israelí. Rodeado de agentes vociferantes, y salvado por el guía y una ayuda en metálico, Mascaró creyó que esa sería su última aventura. «Ha sido el único momento serio de todos mis viajes, y creí que se acababan ya, porque podía haber acabado muy mal, pero al cabo de seis meses ya pensaba en irme otra vez», rememora entre risas. Y la idea de recorrer mundo le acompaña. El próximo viaje quiere que sea en Irán o el sur de India, aunque hay un lugar que, apenado, cree que será muy difícil de conocer, aunque está en su lista mítica, y ese es Yemen, devastado por la guerra.