No entraba en sus planes pero cambió la soleada California por un destino no menos luminoso, aunque separado por casi diez mil kilómetros de distancia. Del far west, como ella dice, al pueblo más pequeño de Menorca, Es Migjorn Gran, una experiencia que hace unos años quedó plasmada en su libro «A yankee in Menorca».
¿Qué hace una yankee por aquí?
—Nunca había oído hablar de la Isla, y es habitual que la gente en Estados Unidos no sepa dónde está. Quizás puede que les suene algo Mallorca o Ibiza, pero no Menorca. La historia es que estaba en la universidad y me apunté a un programa para poder desarrollar parte de los estudios fuera, y me decanté por España. Así acabé en Córdoba para aprender castellano con una familia con la que aún sigo en contacto 15 años después.
¿Venía con alguna base de castellano?
—Un poco. El tema es que en mí país estaba muy rodeada de gente de México, en parte porque mientras estudiaba en la universidad por la noche trabajaba como camarera, ya que allí todo resultaba muy caro. Así fue como comencé a practicar con un idioma que en California se habla bastante, aunque no tanto en la zona donde nací, en la zona norte del estado.
¿Cómo fue el salto a Menorca?
—El final de mi estancia en Córdoba coincidió con el desastre del «Prestige». Cada día lo veía en las noticias, y como aún tenía una semanas antes de regresar a casa me dije a mí misma que como España me había tratado tan bien yo quería corresponder esa relación haciéndome voluntaria. Así que cogí un tren y me planté en A Coruña con mi mochila.
Y se puso manos a la obra.
—Sí, pero cuando llegué aquello era un desastre, un caos de organización. Y así caí con un grupo de voluntarios que se habían desplazado desde Menorca. Allí hice algunos contactos.
Pero después regresó a su país.
—Sí, para completar el semestre que me faltaba en la universidad. Pero después me ofrecieron un trabajo en una escuela de arqueología de Menorca, con la que colaboré para traer algunos estudiantes aprovechando los contactos que tenía en mi universidad.
¿Cómo vendía Menorca como destino?
—Les hablaba de la naturaleza, la cultura y la historia, sobre todo, de cómo era un punto estratégico en medio del Mediterráneo para todas las culturas. También les hablaba del medio ambiente y la tranquilidad. La verdad es que Menorca se vende sola, no requiere mucho trabajo, es fácil.
¿Y ahora a qué se dedica?
—Ahora soy auxiliar de conversación en inglés en algunos centros educativos.
¿Qué tal el nivel de inglés de los menorquines?
—Normalmente es bueno, pero yo lo que les aconsejaría es que no vieran las películas dobladas; es más rollo leer los subtítulos, pero ayuda a mejorar la pronunciación.
¿Y qué tal su menorquín?
—Me costa molt encara. Debería ponerme las pilas.
¿Qué le pareció Menorca?
—Llegué encantada y me instalé Es Migjorn Gran, allí vive la gente más maja del mundo. Me sentí muy bien. Fue el mejor sitio en el que podía haber caído.
¿Le resultó fácil adaptarse?
—Fue un poco complicado, porque aunque la gente hablaba conmigo en castellano me costaba mucho por culpa del acento. Al principio todo daba pie a cosas muy graciosas por cuestiones del idioma. Me acuerdo que el año que llegué hacía un calor brutal, y me pasé todo el verano diciendo a todo el mundo que estaba muy caliente, y nadie me corregía (risas).
¿Supuso un gran choque cultural?
—No. Tengo más choque cultural cuando regreso a Estados Unidos. Allí ahora todo me parece muy grande. Siento que Menorca es mi casa, me he sentido muy bien recibida y arropada desde el principio. La gente hizo que me adaptara bien, con su amistad y su paciencia conmigo.
¿Se había imaginado viviendo tan lejos de su país?
—No entraba en mis planes para nada. Vine por trabajo y decidí quedarme. La calidad de vida es muy alta aquí, me siento muy segura. Lo único que extraño de Estados Unidos es mi finca, la inmensidad del medio ambiente, todo tan grande. Aquí hay una mejor calidad de vida.
De la que habla en su libro «A yankee in Menorca». ¿Cómo surgió ese proyecto?
—Quería escribir sobre todas las cosas que me llamaron la atención cuando llegué porque no quería olvidarlas. No me considero una escritora ni nada; cada capítulo es una anécdota que me pasó, y escribir un libro así resulta fácil.
¿Y cómo fue recibida la obra?
—No podía creer el recibimiento que tuve. Me acuerdo de la cantidad de gente que vino a la presentación del libro en Es Migjorn Gran, además para comprar un libro escrito en inglés, aunque está a punto de traducirse pronto al castellano. Me sentí muy apoyada. Además, la Escuela Oficial de Idiomas lo tenía como una de las lecturas obligatorias durante un tiempo.
15 capítulos, 15 anécdotas. ¿Con cuál de ellas se queda?
—Oh my god¡ No lo sé… Un capítulo que resultó para mí muy divertido fue «Just when you think it's over, it starts again» (Justo cuando piensas que ha acabado, empieza otra vez), y en él cuento la experiencia de una vez que fuimos a una comida a casa de un amigo en la que no paraban de poner comida sobre la mesa, todo el mundo quería que probara de todo porque era la extranjera. Llegamos a la una y nos fuimos a las 11 de la noche. ¡Cuando pensé que ya habíamos acabado resulta que era el aperitivo!
¿Qué me dice de los estereotipos sobre los españoles?
—En Estados Unidos, habitualmente, cuando se habla de España se piensa más en Andalucía, en el flamenco y en la sangría…
Y nosotros, cuando nos hablan de California, sol, playas y surf…
—Sí, y estamos hablando de un estado muy grande, con muchas diferencias entre el norte y el sur. Aquí es todo mucho mejor de lo que esperaba, y con eso no quiero decir que los estereotipos sean negativos.
¿Cómo es la experiencia de volver a casa?
—Es agobiante, ahora es diferente. Trump ha cambiado muchas cosas. Yo soy de un pueblo muy conservador, gente que trabaja en el campo, y cuando regreso a casa intento no salir de la finca. Ahora me choca mucho más todo el tema del consumismo y también el alarmismo y el gran nivel de miedo en que se vive.
¿Qué le parece el rumbo que está tomando el país?
—No me gusta. Acabo de registrarme para votar en las elecciones midterms, que no son presidenciales pero tienen impacto. Yo no voto por Trump. Hay gente que es conservadora en mi familia a la que tampoco le gusta Trump.
¿Qué planes de futuro tiene?
—Mis planes son vivir en Menorca, y hacerlo cada vez de una forma más natural, que me hace más feliz. Menorca es mi casa y me gusta mucho ahora, por ejemplo, vivir en una casa con energía cien por cien solar, en el campo y con un pozo.
Ya que saca el tema, ¿qué le parece el impuesto al sol?
—No lo entiendo, es una cosa tan contraproducente. Va a ser un punto negro en los libros de historia, cuando miremos atrás veremos que era una vergüenza haber dejado que eso pasara.
¿Siempre le ha gustado tanto la naturaleza?
—Siempre he sido una gran amante del medio ambiente y los animales, ha sido una parte importante de mí el hecho de crecer en una finca. Allí aprendí el respeto a la tierra y a lo que nos da. Cuando me pongo nerviosa la naturaleza siempre me ayuda a tranquilizarme.
¿Tiene un rincón favorito?
—Me gustan muchos, es complicado. Pero como pueblo, mi corazón se ha quedado con Es Migjorn Gran, un lugar en el que ahora también vive mi madre durante gran parte del año, quien encontró el amor de su vida ahí con 75 años durante una visita para verme.
Vaya historia, y todo a partir del «Prestige».
—Sí, dio un giro a todo. Porque mis planes eran acabar la carrera, hacer el doctorado y seguir en el mundo académico. Pero después de viajar me di cuenta que ese ambiente profesional, para mí personalmente, se quedaba muy pequeño.
¿Habrá segunda parte de «A Yankee in Menorca»?
—No lo sé , ya veremos, es una cosa en la que he pensado varias veces. Sería interesante.
3 comentarios
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Muy interesante la entrevista. Quiero leer el libro, lo compraré.
Una mujer encantadora; mañana mismo me compro su libro porque debe ser muy entretenido.
El libro es muy recomendable, me reí mucho cuando lo leí.