En tren. Y en dirección a Bikaner. Jaume acompañado, más bien rodeado, de jóvenes estudiantes indios | J. Gonyalons

TW
1

Le gustan la estabilidad y la seriedad en el trabajo. Lleva 15 años en su empresa actual y antes estuvo otros 15 en el sector de la hostelería. Jaume Gonyalons Casalí es un hombre tranquilo que, sin embargo, en su faceta viajera, arriesga: no quiere nada organizado ni resorts dorados para turistas, prefiere mezclarse con la gente, aunque eso implique renunciar a las comodidades.

India le cautivó hace ya 14 años. Es consciente de que el país que guarda en su memoria y en su colección de fotos ha cambiado. «Hay otras Indias pero esta fue la nuestra y la que no querría perder», asegura.

En diciembre de 2003 él y un grupo de amigos partieron hacia Nueva Delhi en un vuelo desde Londres con una guía «Trotamundos» entre el equipaje y un puñado de recomendaciones. Aunque cueste creerlo hoy día, así se viajaba antes del imperio de Google, los smartphones y el GPS.

Era un momento personal delicado para nuestro protagonista, había fallecido su padre recientemente, «supongo que eso influyó en mis sentimientos, ya no fui el mismo cuando volví», relata.

El grupo viajó convencido de lo que quería, «vivir la India, ir totalmente por libre», aunque eso supusiera no tener comida en el plato cada día o agua caliente saliendo de un grifo. Y lo consiguieron, siguiendo únicamente la norma básica de beber agua embotellada y comer todo cocinado. Aún así «perdí diez kilos en 15 días», recuerda. Gonyalons distingue entre viajeros y turistas; ellos querían formar parte del primer grupo «vivir la India y vivir con la India».

Aún así al llegar a Nueva Delhi y buscar hotel «todos nos exigían ir en un 'paquete' y pensamos que sería mejor salir de la ciudad y viajar por las zonas rurales si queríamos ir por libre». Y así lo hicieron. Emprenden ruta por el estado de Rajasthan, se dirigen en taxi a la ciudad de Jhunjhunu; en tren a Bikaner, conocen también algunos de los puntos de visita obligada como el fuerte de Juragarh y el templo de Karni Mata; y así siguen encadenando lugares como Jodhpur, Jaisalmer, Udaipur, la ciudad de los lagos, Chittourgarh, Ajmer, Jaipur, donde está el palacio de los vientos y Agra, donde se alza majestuoso el mausoleo del Taj Mahal, en el estado de Uttar Pradesh. Y entre las diferentes paradas se sucedían las sensaciones.

«Son sensaciones que te golpean nada más salir del aeropuerto, la multitud de gente, los gritos, los ruidos, el tráfico, los olores, los sabores, sobre todo el picante, las religiones y dioses, los contrastes y los rituales... Por muy viajado que estés, te impresiona».

Tanto como el choque para los sentidos, India aguarda al visitante con un contraste cultural. Así fue como el menorquín, en medio de uno de los viajes en tren con gente del país «en un vagón atiborrado» fue conociendo características de esa sociedad. La primera extremadamente física.

Noticias relacionadas

«No existe la burbuja de espacio personal, te tocan, sienten mucha curiosidad, eso sí, se dirigían a los hombres, no a las mujeres del grupo», aclara. Muchos en aquel vagón eran jóvenes estudiantes proclives a entablar conversación. «Eran hombre jóvenes y aceptaban con total normalidad que su mujer la elegiría su familia, aceptaban sin cuestionarlo el matrimonio de conveniencia, para nosotros aquello era un choque cultural».

Uno de aquellos jóvenes les acompañó durante dos o tres días como guía «sin querer nunca cobrar, para él era un orgullo, no sientes como en otros países la sensación de que te quieren exprimir por ser extranjero, al contrario, incluso nos invitó a conocer la casa de su hermana y se sentía contento y halagado de tenernos con ellos», recuerda Gonyalons.

De hecho, si hay algún rasgo que destacaría de los habitantes de la India es «su generosidad». En una parada en Phalodi experimentó algo que le impactó. «No veían habitualmente turistas así que cuando llegamos nos seguían, nos dejaban entrar en sus casas, se ponían delante de las cámaras, nos convertimos en el foco de atracción y eso me impresionó mucho, siendo como soy una persona normal, ¡hasta firmé un autógrafo!», explica. «Había un grupo de niños que nos seguía. No tienen nada, pero como para ellos éramos especiales, nos regalaban sus canicas, que eran lo máximo para ellos. Son pobres pero tienen mucha generosidad».

Ratas sagradas

Algunas de las imágenes más impactantes del viaje a India son las del templo de Karni Mata, a 30 kilómetros de Bikaner y dedicado a las ratas, se dice que unas 20.000, que tienen allí su hogar y son sagradas para las gentes del lugar. Diferentes leyendas sustentan esta curiosa adoración a animales que son considerados repugnantes en el resto del planeta. Karni Mata se dice que es una mujer santa, reencarnación de la diosa Durga, una de las manifestaciones de la diosa madre del universo.

Mientras los turistas entran con una mezcla de repulsión y curiosidad, los hindúes las alimentan, se sienten bendecidos si alguna de ellas les roza y más aún si logran ver una de color blanco porque será, aseguran, la reencarnación directa de Karni Mata.

«Tienes que descalzarte al entrar, íbamos con calcetines y da un poco de repelús al principio, pero después ya te deja de dar asco», explica el menorquín viajero. «Allí los humanos conviven con miles de ratas, caminan sobre tus pies, toman la leche que les ponen en cuencos los sacerdotes que custodian el templo y todas las paredes tienen agujeros y túneles donde ellas tienen sus madrigueras».

Con todo, este no fue el capítulo que más le marcó del viaje sino la acogida por los niños en Phalodi, como si fuera una estrella del rock o del cine. Y precisamente el cine, la industria de Bollywood, fue otro de los atractivos de India que quisieron conocer visitando una sala. «Ir al cine es una fiesta, las películas duran tres horas y en todas ellas de repente los protagonistas cantan y bailan». Bollywood genera unas mil cintas al año frente al medio millar de Hollywood, su réplica estadounidense y la gran fábrica cinematográfica occidental.

Entre musicales, comida picante, templos, autobuses y trenes cargados de pasajeros, un sistema de castas supuestamente prohibido por el gobierno pero que estaba vigente, y unas gentes ante todo hospitalarias, están los recuerdos de Jaume Gonyalons. Reconoce que de la manera que él lo hizo «no es un viaje para todo el mundo» pero sí una experiencia que te abre los ojos. «No volvería porque creo que ya no sería lo mismo. Seguro que hay muchas Indias pero esta es la que yo quiero recordar».