Ana Llorens abrazando a su perro Sushi

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Toca varios palos en el mundo del arte, se licenció en Barcelona, combina diferentes técnicas como artista y es actriz en cortometrajes y pequeñas producciones independientes de amigos. Ahora vive en Berlín, donde intenta abrirse camino, producir sus obras. Ana Llorens es risueña, se confiesa «muy distraída, porque no me gusta perderme nada» y abraza -en la imagen que abre esta entrevista-, a su perro Sushi. De la capital alemana le encanta su naturaleza, un poco salvaje, «todo crece a lo loco».

Berlín se dice que es el paraíso de los artistas, ¿por eso lo eligió?
— Me motivaba mucho conocer esta ciudad, el arte y su movimiento cultural, pero en realidad llegué porque mi pareja de aquel momento quería estudiar cine aquí. No vine por trabajo porque con Bellas Artes es cuestión de ir produciendo mis cosas allí donde esté. En Barcelona había tenido mis oportunidades, con becas, convocatorias de premios, residencias de artistas... y sabía que venir a Berlín era volver a empezar. Llevo año y medio aquí, aún no hablo al cien por cien alemán y estoy abriéndome aun el camino y el espacio.

¿Puede subsistir económicamente como artista?
— Produzco mis obras desde siempre, desde el Bachillerato y la universidad y no dejo de crear. Pero ahora mismo no estoy vendiendo; para sobrevivir realizó diseño gráfico y trabajo en un call center de PlayStation, donde damos soporte técnico tanto para las máquinas, las cuentas o para network.

¿Una artista atendiendo a gamers?
— Ninguno somos gamers allí (ríe). No es el trabajo de nuestras vidas pero es divertido y también curioso, hay un movimiento cultural muy interesante dentro del call center. Muchos artistas, músicos, personas con estudios más creativos, de España, estamos ahí, teniendo una parte de nuestro cerebro centrada en PlayStation. Convivimos todos ahí, con carreras paralelas, es algo para pagar tu alquiler y poder comer. Además los horarios no son malos ni complicados.

¿Y en su faceta artística a qué se dedica ahora?
— Normalmente hago pintura, escultura y diseño gráfico; ahora estoy más metida en el tema de pósters, como algo reivindicativo y un tipo de expresión. En lo pictórico aquí empecé a dedicarme más a la abstracción, algo muy interesante para mí porque antes hacía más figuración. También trabajo en proyectos conceptuales y en paralelo me presento a convocatorias y residencias de artistas.

¿Tiene alguna oferta?
— Me presenté a comienzos de año a una convocatoria de artistas en Estocolmo y no eligieron mi proyecto. Pero al poco tiempo me llamaron para una residencia de artistas en Mallorca, trabajar durante un mes en una galería para artistas emergentes, y creo que la voy a aceptar pidiendo un mes en el trabajo. Estas cosas son muy interesantes, no te dan para vivir pero normalmente te pagan la estancia y el material, y realizan la promoción de tu trabajo durante un tiempo. Me apetece un montón, que te den esta oportunidad para crear puede estar muy bien.

¿Recuerda cómo fue el primer día que llegó a Berlín?
— Sí (sonríe al evocar ese momento), era septiembre de 2015. Empezaban a caer las hojas de los árboles y también empezaba el frío. Bueno, la verdad es que los principios no son fáciles. No tenía amigos, estaba con mi pareja y algunos amigos suyos y todas mis prioridades se reducían a aprender alemán. Hacía un curso intensivo, había gente de todos los lugares, que es lo bonito, ¿no?, cuando llegas a un sitio nuevo, pero a veces pensaba «todo se focaliza en aprender alemán» y eso me cansaba. Me gustaba descubrir la ciudad pero los días se me hacían cortos. Hasta que no llegó la primavera, me costó adaptarme.

¿Se nota ese renacer de la naturaleza también en los berlineses?
— Se nota. Yo iba en el metro y nadie sonreía, sus caras eran inexpresivas. En primavera sin embargo notas que está todo el mundo más feliz, más agradable, más abierto, es más fácil conocer gente. Sobre todo porque aquí hay mucha tradición de ir a los parques, a tomar algo, a charlas con amigos o a practicar juegos.

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Al final, el clima influye en el carácter y lo ha comprobado.
— Una lo quiere evitar pero al final te das cuenta de que sí, te afecta. Aquí lo que pasa es que en mayo o junio a partir de las 3 de la madrugada se va haciendo de día, puedes ver cómo el cielo se vuelve azul, un azul muy particular, incluso te da problemas de sueño si no tienes unas buenas cortinas. El invierno es todo lo contrario, todo oscuridad, en diciembre y enero a las cuatro de la tarde es de noche.

Y ahora que ya se ha acostumbrado y está instalada, ¿cómo es su vida en Berlín?
— Entre semana mi vida es muy tranquila y el fin de semana es más movidito, vas a mercadillos de segunda mano o con amigos a fiestas... En realidad la vida aquí es fácil. Esta es una ciudad tranquila y muy silenciosa. A nivel personal, creo que Berlín es una ciudad para vivir el momento. No estás aquí a los 30 años para pensar en tener algo estable, pareja, ser madre... No ves que tu vida va hacia ese lugar, sino que estás más en tu vocación. Aquí vives otras cosas, el conocer gente, ir a conciertos y festivales, la música, en definitiva, la vida más cosmopolita.

¿Podría volver a residir en Menorca, como artista?
— Siempre pienso que lo haría si pudiera volver con un proyecto interesante, quizás combinando el campo y la cultura, aportando algún concepto especial que has podido absorber de las diferentes ciudades y gentes que conoces. Pero no es algo que piense en hacer ya, también conocí Lisboa y pensé «me gustaría quedarme a vivir aquí». ¡Quién sabe!

¿Qué le atrae de Berlín además de la cultura y el arte?
— Lo que me gusta muchísimo en Berlín es la naturaleza. Es muy interesante porque aquí no hay prácticamente jardineros que se ocupen de los árboles -salvo para la poda-, y del entorno natural urbano, no hay esa imagen de los arbustos en las rotondas, aquí todo crece a lo loco, como más salvaje y te sientes más libre. La gente en primavera adopta las jardineras y en los interiores de las viviendas hay jardines compartidos, para que jueguen los niños en verano, y son los vecinos los que decoran esas jardineras y plantan flores. Es muy bonita esa historia con la naturaleza, dejan que todo crezca más libre y que la gente colabore en ello, no se lo dan todo hecho.
También me gusta que todo el mundo, pero especialmente la gente joven, tiene una bicicleta y ese es su medio de transporte y llevas la bicicleta 'a muerte' por todos lados, no puedes vivir sin ella, la usas de día y de noche. Otra cosa positiva es que aquí la gente es supersolidaria.

¿Cómo lo expresa?
— Dejan las cosas que no usan en la puerta de su casa o en la entrada de las viviendas, con un cartelito, para que otro lo coja y lo use; puedes encontrar ropa, una olla, zapatos... Y la gente no tiene ningún reparo en cogerlo y utilizarlo. Lo regalan y te encuentras auténticas exposiciones, incluso cuadros, lámparas y muebles. Normalmente no tiran las cosas, las reutilizan. Es algo muy cultural. Por ejemplo, con el reciclaje de las botellas de refrescos y cerveza, aquí funciona el pfand, así que cuando tomas algo en la calle, sobre todo en verano, lo dejas en un rincón, donde lo puedan ver, o en zonas concretas, y gente que lo necesita recoge esos envases y obtiene dinero o comida en los supemercados. No lo recoge el basurero y si alguien tira o rompe una botella de cristal se le mira muy mal.
(El sistema pfand de recuperación y reciclaje ha cumplido más de una década en Alemania. Consiste en un recargo sobre las botellas de plástico o vidrio que se te reembolsa cuando lo devuelves a un punto de reciclado, normalmente supermercados. El método ha sido un éxito porque la tasa de recuperación de envases supera de lejos el 90 por ciento).

¿Toda esa solidaridad no se ha resentido con el aumento de la inmigración, con el miedo a atentados, con el resurgimiento de partidos xenófobos en Europa?
— La verdad yo creo que es difícil que el miedo llegue aquí. Yo incluso después de los atentados de Francia, cuando Dinamarca dejó de acoger refugiados y aquí se empezó a cuestionar el cerrar un poco más las fronteras, he visto siempre solidaridad. La reacción en Berlín cuando hubo atentados fue promocionar el antimiedo, por ejemplo usando todos el transporte público. En el antiguo aeropuerto de Templehof hay ahora refugiados, y mucha gente ha ido a colaborar, a dar clases de música o danza a los niños, yo por ejemplo fui a enseñar pintura.

¿Y cómo vive todas estas noticias desde Alemania?
— Yo no tengo televisor, aquí todo el mundo paga por la televisión cada mes, una tasa. Mucha gente joven ni tiene radio o televisión, todo es internet, y aún así hay que pagar porque no hay investigaciones reales sobre quién tiene o no. Lo explico porque esto es algo personal pero, soy bastante sensible a las noticias y a la violencia, así que llegó un día en que decidí centrarme en lo que vivo a mi alrededor nada más. Y yo lo que veo aquí es mucha implicación. Puede que un día escuches que sí, que se están reorganizando neonazis, sobre todo en zonas de las afueras, pero yo nunca he visto ningún acto de violencia contra una persona por ser de otra nacionalidad, al contrario.

Se siente bien recibida.
— No sé si es por donde vivo, en Treptow, que es una pequeña isla en los barrios del este, pero siempre me han tratado superbien. Es un barrio tranquilo, mis vecinos incluso me han ayudado con el alemán. Creo que en Berlín están muy mentalizados para que el miedo no les haga dejar de ser solidarios.