Las siete religiosas que forman la comunidad | Javier Coll

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El monasterio de las Concepcionistas Franciscanas de Maó ha recibido estos días una nuevo soplo de energía de la mano de cuatro jóvenes religiosas de El Salvador. La comunidad contemplativa se había quedado reducido a tan solo tres hermanas, circunstancia que presagiaba un futuro incierto de este monasterio fundado en 1623, por tanto poseedor de una historia casi cuatro veces centenaria.

La gestión realizada por el Obispado de Menorca ha resultado decisiva para que ca ses monges tancades vuelva a normalizar la actividad inherente de una congregación dedicada —según reza en su ideario— a «alcanzar la perfección del amor a Dios y a los hermanos, teniendo por modelo a María Inmaculada».

La comunidad se ha visto ampliada con la incorporación de las hermanas Rosa, Juani, Haideé y Verónica, que tienen entre 35 y 22 años, todas ellas procedentes del monasterio salvadoreño de la Inmaculada Concepción, de Santa Ana, cuya fundación se remonta a principios de la década pasada.

Las nuevas religiosas aseguran haber tomado la decisión de convertirse en monjas de clausura «por el profundo deseo de conocer y entregarnos a Dios». Las hermanas Rosa, Juani, Haideé y Verónica aterrizaron en la Isla el pasado día 12 de abril, por tanto aún se encuentran en pleno periodo de adaptación a un nuevo espacio físico. No en vano, de un centro espiritual joven y moderno en El Salvador se han instalado en cuestión de días en un edificio cuyas paredes —algunas de ellas son realmente los vetustos muros que delimitaban la antigua ciudad— sostienen cuatro siglos de historia.

«La decisión de unirnos a este monasterio fue adoptada de forma libre por cada una de nosotras», aseguran las hermanas, cuya estancia en el mismo, que se prolongará de forma indefinida, será más fácil con la experiencia y el bagaje de las hermanas María Rita, de 93 años, y Gloria, además de la abadesa Rosario Coll.

La configuración urbana de Maó esconde a los ojos del profano un verdadero centro de espiritualidad, cuya vida transcurre desde las 6.30 de la mañana a las 10 de la noche al ritmo de la liturgia de las horas: el laudes, la tercia, la sexta, la nona, las vísperas, el santo rosario, el oficio de las lecturas, la reserva del santísimo y las completas. Además de la oración, las religiosas abundan en el estudio de la teología y de la música, así como en la realización de trabajos propios del hogar y otros por encargo (planchado de sábanas, mantelería, tapetes de ganchillo, entre otros) para procurarse el sustento diario.