Los Reyes de España durante su visita oficial a Menorca del 17 de agosto de 1993 | Archivo

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La renuncia de Don Juan Carlos, que se venía gestando desde enero, cuando cumplió 76 años, ha tomado forma esta mañana cuando Rajoy anunció su abdicación.

Es la noticia política del año, en cuyo desenlace influyó la muerte de Adolfo Suárez, activada por el poderoso 'efecto catapulta' de los resultados de las elecciones europeas.

Constituye un fin de etapa y abre un nuevo ciclo en España, que se materializa en el relevo generacional del hijo de Don Juan de Borbón –aquel rey que no reino- que cede la responsabilidad de la jefatura del Estado al futuro Felipe VI.

La Constitución de 1978 y el 23-F legitimaron al monarca que había jurado el cargo con el estigma de haber sido designado por el general Franco, pero el gran acuerdo de la Transición hizo posible que España pasara del franquismo a la democracia. El gran pacto incluyó la legalización del Partido Comunista de Carrillo a cambio de que el PCE aceptase la monarquía como forma de Estado.

39 años después, las actuales generaciones han olvidado estos acuerdos y quieren reabrir el debate entre Monarquía y República.

Don Juan Carlos es consciente de que su tiempo se había acabado y que hoy es necesario el recambio, provocado por una creciente desafección e insatisfacción ciudadana; el bipartidismo que sustentaban el sistema político, severamente castigado en las europeas del 25 de mayo; y las exigentes demandas de la impetuosa generación digital.

En este tiempo nuevo de los iphones y las tablets, cuando el impacto de la instantaneidad en la transmisión de las noticias no da tiempo para la reflexión y el análisis, Felipe de Borbón afronta el reto de recuperar el prestigio para que la Corona vuelva a ser la monarquía de todos.

La primera gran misión del nuevo rey de España consiste en que la Corona recupere sus funciones de clave de bóveda en la arquitectura institucional y árbitro moderador de la política española. Porque el rey reina, pero no gobierna.

Al mismo tiempo, Felipe VI debe promover el diálogo necesario que permita a Cataluña resolver su viejo contencioso con España, lo que implica la reformulación del modelo territorial para los catalanes con otra fiscalidad, similar a la que ya disfrutan vascos y navarros.

Como ya hizo Benedicto XVI, que nos sorprendió a todos cuando anunció su renuncia al papado, Don Juan Carlos ha tomado una decisión similar. Sabe que carece del ánimo y la salud para dar respuestas e impulsar las acciones y medidas que el país necesita. La Corona no puede ser percibida como parte del problema de un sistema en cuestión, sino que debe formar parte de la solución. Al frente de la Iglesia contamos hoy con un Francisco que nos sorprendió primero por sus gestos, y después por sus decisiones.

La monarquía española también necesita un relevo que la oxigene, la renueve y vuelva a conectarla con el sentir mayoritario de los ciudadanos, a los que debe servir. 

El tiempo del rey Juan Carlos ha terminado, pero Felipe VI contará siempre con el consejo, la sabiduría y la lealtad de su padre.