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Francesca Gomis Luis ha cumplido el sueño de juventud. Acaba de licenciarse en Derecho a sus 56 años de edad y en breve dirigirá su propio bufete de abogados. Forma parte de la primera promoción de licenciados en Derecho de Can Salort, la extensión universitaria de la UIB en Alaior. Junto a ella, sólo otras tres personas han logrado este título, pero Francesca siente además que ha cerrado una vieja herida abierta. Y, aunque asegura que no quiere ser ningún ejemplo para nadie, ha demostrado a todos que la simple y a la vez poderosa voluntad lo puede todo.

Apenas con 16 años empezó a trabajar en su tierra natal, Tarragona, como empleada de banca. Su experiencia escolar fue muy breve a pesar de que el estudio, asegura, siempre le gustó, pero pertenecía a una familia humilde, su madre era ama de casa y el padre mecánico de la Tabacalera y aunque en su casa no se pasaban estrecheces, la economía era limitada. "Mis amigas no estudiaban, sino que trabajaban y por aquel entonces las mujeres estudiaban para maestras o enfermeras y a mi me llamaba la atención los temas relacionados con la educación. Pero mi madre insistió en que hiciera una especie de secretariado y pronto me coloqué a trabajar en el Banco de Cataluña". Francesca se casó, tuvo dos hijos y se divorció, pero sacó tiempo para cumplir un secreto deseo de juventud, estudiar Derecho. Se matriculó en la UNED y picoteó asignaturas. "Mis hijos eran pequeños y no sabían muy bien lo que hacía; mamá estudia y hace los deberes con nosotros, pero poco a poco lo entendieron. El problema es que cogí y dejé los estudios varias veces", se lamenta.

En Menorca
Poco después de cumplir los cuarenta años se trasladó a Menorca. "Quería cambiar de aires, ir a Mallorca, pero en el banco me ofrecieron una plaza en Menorca para un año y medio y me vine a la Isla. Aún no me he ido, aquí soy feliz", sonríe. Francesca se volvió a casar y siguió trabajando en el mundo de la banca y cuando años más tarde le ofrecieron la jubilación anticipada vio la oportunidad de retomar sus estudios. Aquel viejo deseo seguía más vivo que nunca y se matriculó en Can Salort. "Lo hice por el gusto de estudiar, por vivir el ambiente de las clases, por el deseo de saber cosas, por el sueño de ser además la primera mujer universitaria de mi familia", relata con pasión. "La dinámica de estudio era diferente a la UNED y además utilizábamos mucho el ordenador. El primer día me dijeron que tenía que colgar no sé qué en la página no sé cuantos. ¡Madre de Dios!, pensé, ¿dónde me he metido?", rememora entre risas echándose las manos a la cabeza.

A pesar de las dificultades, de las dudas a mitad de carrera, de los exámenes y de las noches en vela, los cursos se iban sucediendo con éxito. "Cuando mi hijo vio por primera vez mi expediente se sorprendió", comenta con modestia de madre. "Estudiar Derecho ha sido un reto, una superación personal, una manera de demostrar a mis hijos que cuando uno tiene un sueño puede hacerlo realidad si lo persigue con fuerza. No hay sueños imposibles. No quiero ser un ejemplo para nadie, pero quería que supieran que nunca es tarde, que siempre hay tiempo para conseguir aquello que más desean", comenta no sin cierta emoción. Francesca tampoco se olvida de su marido, Sito Pons Florit. "Sin él no lo hubiera conseguido. Hay que reconocer que cuando una persona de edad pretende estudiar una carrera como es mi caso se lleva a clase las preocupaciones de la casa, de los hijos, del fin de mes y además la memoria y la agilidad mental no son iguales que cuando eres más joven, pero si quieres, puedes", remarca.

Derecho de familia y social
Francesca se siente atraída por el derecho de familia, reconoce que su experiencia personal, crió sola a sus dos hijos tras su divorcio, ha influido en esta preferencia. "Pienso que los divorcios no tiene por qué ser traumáticos. El abogado debe aplicar la ley, pero debe intentar que las rupturas matrimoniales sean lo más llevaderas posible", relata.

A diferencia de muchas personas de edad que logran culminar una carrera universitaria con éxito, Francesca quiere dar un paso más, y después de sopesarlo, ha decidido abrir un despacho de abogados. "Es lo que me gusta", resalta con la misma contundencia con la que ha enfrentado el estudio de la carrera y con la misma valentía con la que ha superado las vicisitudes de su vida. "Creo en la parte social del Derecho, en la oportunidad de todo el mundo de poder ser asesorado por un abogado. Fui voluntaria en Caritas y me gusta ayudar. Hay gente que tiene problemas, pero que no tiene suficientes recursos para recurrir a un abogado y pienso que se le puede y debe ayudar", asevera con firmeza. Francesca aún debe colegiarse, pero no quiere perder el tiempo y ya ha empezado a buscar un local en el que ejercer la abogacía, su anhelado sueño de juventud.