La puesta en escena evidencia una dramaturgia cuidada, combinando música en directo con sonidos grabados, cante, danza, videocreaciones y poesía.

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Ana Morales y su «Peculiar» tiñeron de verde y de flamenco el escenario del Teatre des Born. Galardonada con el Premio Nacional de Danza 2022, Ana Morales se une a los bailarines Antonio Molina «El Chorro» y Julia Acosta, y a los músicos Tomás de Perrate, Miguel Marín Pavón y José Carra, con quienes trabaja de manera coral para presentar una puesta en escena multidisciplinar y despojada de estereotipos.

El título ya anticipa al público que se va a encontrar con algo «que es propio o característico de algo o de alguien, que lo hace distinto a otros o a lo establecido» (definición de peculiar), refiriéndose a la danza particular de Morales y a la peculiaridad de cada uno de los palos que sostiene este espectáculo. La apertura apela a la crítica más conservadora, declarando que Ana Morales «te gusta o no te gusta» y abre un espacio de reflexión sobre lo «auténtico y singular» y sobre la esencia que diferencia a cada artista, que en su caso es desgranar el flamenco y abrirlo a nuevos territorios.

La puesta en escena evidencia una dramaturgia cuidada, combinando música en directo con sonidos grabados, cante, danza, videocreaciones y poesía para narrar, bajo un formato libre y sin un hilo conductor claro, el estado de investigación del artista. Sorprende una escenografía austera, vestida de instrumentos, donde quizás el elemento más destacable sea la iluminación. Un total de 12 focos laterales, 18 traseros y 30 cenitales colorean de verde la mayor parte del espectáculo. Ese verde evoca la propia libertad creativa que busca la bailaora y coreógrafa. O quizás ese «verde que te quiero verde» más singular que se crea en el imaginario del público.

Ana Morales deleita con su virtuosa técnica de baile flamenco y de danza contemporánea en el escenario durante más de una hora y veinte minutos. Es aplaudible y admirable su atlética condición física, indispensable para mantener el ritmo y la energía de los demandantes movimientos, adaptando su cuerpo según exija el momento. La bailaora es un portento de brazos con su versión más contemporánea de braceo y floreo, haciendo gala de su elegancia y fuerza escénica.

Estructuralmente, se identifican cuatro partes o rituales. El primer ritual empieza con una seguiriya y viene a ser el «Ritual del pueblo», con saeta y taranto, y termina con Ana dirigiéndose al público con una declaración de intenciones: «El que se queme que se sople». Predomina el zapateado y el trabajo estético y gestual. Nos adentra en las procesiones de Semana Santa andaluza con la voz profunda de Tomás de Perrate y los tambores estridentes y penetrantes. Con el primer solo de Morales ya se perciben movimientos fluidos y enérgicos que se paran en seco y la virtuosa articulación de su zapateado.

En la segunda parte, esa misma voz profunda nos retrotrae a oraciones árabes de los almuédanos con «Ritual Gitano» o incluso a sonidos ancestrales como el didyeridú. Antonio Molina es pura comunicación corporal, dotado de un movimiento vibrante y terrenal. El texto no deja de tener su protagonismo en «Peculiar» con poemas y odas al amor prohibido, a la muerte, a las mujeres y al cuerpo. En el «Ritual de la fantasía» bailan un bolero por bulerías a ese «Pecado» de Carlos Bahr: «amor que aturde la vida como un torbellino... aunque sea pecado te quiero, te quiero lo mismo».

En el tercer ritual llega el «Ritual a la mujer», las corraleras, las panderetas, la primavera, la soleá y el vestido de cola (verde primavera o verde culebra). Julia Acosta nos invita al empoderamiento femenino a grito de «esta es la fiesta de las mujeres que celebran la primavera con sus corraleras». El público, siempre atento y reaccionario, aplaudiendo al final de cada palo, mostrándose abierto a lo nuevo, gozó de esta parte más folclórica donde Ana Morales se viste con bata de cola verde «caída del cielo» (cito a Elena Barajas, quien me ha enseñado el gusto por el flamenco y a quien debo todo mi (poco) conocimiento). Con una soleá a piano, José Carra acompaña a la bailaora con un piano con toques de guitarra y arpa y nos descubre a la Ana más flamenca de la noche. Digo flamenca, porque Ana Morales no deja de hacer flamenco en ningún momento por muy transgresora y libre que se muestre con su talento contemporáneo. Bracea, zapatea, voltea, se contorsiona, golpea, da palmas, tembleca y hasta recita. Aunque para mi gusto, el «duende« de Ana culmina en la última parte con «El ritual de lo infinito» en «Cuerpos». Al texto de «hay cuerpos que viven para ser contemplados» el de Ana es un «cuerpo que brilla» en su última seguiriya macho junto a El Choro, y es ahí donde nos muestra hasta dónde llega su talento. El público deja de ser un cuerpo pasivo para convertirse en «cuerpos que tiemblan» ante otros, el de Ana.