Los directores, Xavier Bobés y Alberto Conejero, se unen por primera vez para cocrear esta obra que conjuga teatro documental, poético y de objetos de una manera magistral.
En escena, conviven durante toda la obra el actor Sergi Torrecillas, interpretando al maestro Antoni Benaiges y el propio Xavier Bobés como manipulador de objetos delicadamente seleccionados y generador de realidades con la ayuda de cámaras que nos proyectan su propia mirada, haciéndonos testimonios de las vivencias de aquellos niños y de aquel profesor.
Desde el corazón de un aula, espacio donde transcurre gran parte de la obra, observamos cómo un profesor despierta la curiosidad en su alumnado, las ganas de formar parte de algo valioso, a través del arte de la escritura. Una escritura universal, que engloba las singularidades de cada uno, de cada texto, dando valor a la diversidad que, paradójicamente, nos hace ser iguales.
Podríamos decir que comparten protagonismo de forma equitativa, el maestro, con su narrativa y los alumnos que, a pesar de su ausencia física, están presentes a través del imaginario y de los objetos, fotografías y sus propios escritos.
La puesta en escena es sencilla y acurada, manteniendo una coherencia estética con la historia que cuentan. Desde el principio sumergen al espectador en un ambiente evocador, con una escenografía meticulosamente diseñada que irá transformándose a medida que se desarrolla la historia.
A través de movimientos coreografiados, irán modificando el espacio y la función del mobiliario, convirtiendo, según las necesidades de la narrativa, una mesa en pupitre, un pupitre en una pizarra, una maleta en un patio escolar… Esta danza entre Torrecillas y Bobés crea dinamismo y da ritmo al transcurso de la obra.
Bañados por una iluminación que sutilmente va cambiando y generando intimidad y un destacado universo sonoro, logran la inmersión total del espectador en la historia.
La narrativa de la obra se entrelaza con las reflexiones de un maestro inquieto por crear contextos y experiencias de aprendizaje auténticas, junto con la inocencia y curiosidad de los niños. Gracias a una rudimentaria imprenta que el maestro costea con su propio sueldo, los niños escriben, imprimen y publican sus pensamientos, emociones y sueños.
La historia parece que termina con el fusilamiento de Antonio Benaiges al estallar la guerra, pero la obra nos regala una última parte, las grabaciones de las voces de algunos de aquellos niños, ahora ya mayores, recordando al profesor.
«El mar…» emerge como un viaje sensorial desde la euforia a la melancolía, y tiene la capacidad de crear reflexión, recordándonos la importancia de mantener viva la imaginación incluso en los tiempos difíciles. Esta obra es un recordatorio conmovedor de la capacidad del arte para inspirar, conmover y transformar.
Al fin de cuentas, la obra rinde homenaje al papel del educador, en búsqueda de su propia metodología pedagógica y alcanzar con ella experiencias de aprendizaje significativo en sus alumnos.
Entre muchas de las reflexiones filosóficas que apuntan los directores de esta obra, hay una que sigue resonando en mi mente: «La muerte no culmina el camino del aprendizaje, sino que lo interrumpe».
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