¿Qué le seduce tanto del formato de narración breve?
— Es mi género preferido. El cuento corto requiere concentrar los elementos, precisión; mientras que en la novela te puedes permitir partes en que bajar la intensidad. Tiene una cosa que me gusta mucho, y es que hay que depositar más confianza en el lector, porque hay partes que tiene que rellenar. En un relato no se cuenta todo, hay contextos, cosas que suceden antes y después de la historia que están insinuados con una pincelada. Eso requiere un mayor esfuerzo para el lector, tiene que deducir algunas cosas.
Puestos a deducir, da la sensación de que cada uno de los relatos podría acabar en una novela.
— Esa es la diferencia con los anteriores, los de «Los buenos vecinos». No tenían esa característica, y los de ahora son novelas embrionarias. Es cierto que cada uno de ellos se podría desarrollar, pero yo voy pasito a pasito. Lo siguiente que escriba será una novela.
Seguro que ya tiene alguna guardada en el cajón.
— Estoy en ello. De hecho la estoy revisando. Lo que pasa es que es diferente, que sea un género distinto requiere otras herramientas. Si en el cuento todo tiene que ser muy preciso, la novela tiene dificultades estructurales por la extensión.
En esencia, ¿el tono narrativo será el mismo?
— La voz que tenemos es la que tenemos. No siento que me esté inventando otra. Será diferente, un poco más ligera, quizás, pero es pronto para decirlo.
El primer relato, que da nombre al libro, está ambientado en Menorca. ¿Hasta qué punto es clave el escenario de las historias en el desarrollo de las mismas?
— En realidad es Menorca, pero no se dice.
Pero se intuye perfectamente, ¿no cree?
— Se intuye si conoces la Isla, es cierto. Hay personas que han identificado la playa de la que hablo. El escenario es tan importante que es casi un personaje más. Diría que es clave. Las descripciones que hay de la geografía, que no son necesariamente reales, son más bien un collage de diferentes lugares. Pero es muy importante, tanto el escenario como la atmósfera. Toman un protagonismo como si fueran un personaje más de la historia.
Las historias destilan cierto aire de paz y también de melancolía. ¿Es intencionado, es la sensación que perseguía?
— Yo no sé cómo es para otros escritores. Nunca tengo una intención de lo que quiero transmitir; tengo la intención de contar algo. Las sensaciones que eso produce no las controlo. No tengo el deseo de alegrar el día a la gente ni de amargárselo. Dices paz, otros melancolía, tristeza o incluso un cierto desasosiego. La intención no es transmitir un sentimiento determinado, sino contar las cosas de una determinada manera. Son historias en las cuales parece que en todas ellas hay una espera de algo, supongo que eso transmite a ratos paz, porque hay una cierta resignación, pero también una melancolía de cosas que no han sucedido o que no llegan.
¿Hasta qué punto hay una inspiración autobiográfica en sus historias?
— Esta pregunta tiene varias respuestas. Lo que son autobiográficos son los sentimientos. He vivido esas atmósferas que son a la vez plácidas y que tienen cosas bajo la superficie que discurren y que quizás no son tan pacíficas, y he vivido algunos de los sentimientos de los personajes. Esa parte es autobiográfica, pero en ningún caso las narraciones. Todos son cuentos son completamente inventados, pero hechos con retales reales, con emociones reales y lugares reales recompuestos para hacer una historia que no tiene nada de real.
¿Cómo ha afectado la pandemia al sector editorial?
— Por los periódicos pareciera que todo va muy bien y que se lee más, que durante la pandemia hubo un boom de lectura y los libreros estaban muy contentos. Esa es mi impresión, así como supongo que ha perjudicado a otro sectores, al de la lectura no, la gente ha cogido más habito de leer. Pero yo no he notado una gran diferencia como editora, no vendo ni más ni menos, pero hay que entender que somos una editorial muy pequeña y muy de nicho, como se dice.
Un proyecto que dirige desde la Isla, donde actualmente reside. ¿Cómo está siendo la experiencia menorquina?
— Para mí es el lugar más familiar del mundo, en el sentido literal, porque es donde tengo más familia. También porque es el sitio donde he veraneado toda mi vida, como mi madre. Mi bisabuelo era menorquín… Es un poco como finalmente instalarse en casa, sin ser yo menorquina. Aquí soy una extranjera, pero me resulta muy familiar y agradable. Me gusta la Isla y su gente, de momento no se me hace nada extraño estar aquí. Para escribir es muy buen sitio, porque me alejo de mis actividades editoriales, porque estoy más aislada, más desconectada de todo el mundillo de allá, y eso me libera la cabeza para pensar en otras cosas.
Proyecto editorial, escritora, profesora… ¿De dónde saca el tiempo para escribir alguien que supongo le dedica mucho tiempo a la lectura?
— Esa es la pregunta. Ya no es de dónde sacamos el tiempo, sino dónde se nos va el tiempo, en cien mil cosas, básicamente en estar conectados, y eso roba mucho tiempo; es muy útil por una parte, pero estás todo el día contestando algo o a alguien. Araño el tiempo de donde puedo, y es poco; me gustaría dedicarle el triple de tiempo a escribir, pero de momento no puedo. Suplo la falta de tiempo con caminar mucho, y así poder pensar; y luego con constancia, intento hacerlo cada día. Todas las tardes o noches, al final del día, me siento y escribo.
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