¿Cómo cae la obra de Juan Mayorga en sus manos y decide enfrentarse al reto?
—Es una larga historia. Cuando la escribió no se publicó en libro, pero sí en la revista «Primer Acto», en torno al año 2003, con motivo de que el Centro Dramático Nacional la ponía en escena. Llegó a mis manos, la leí y dije «esto hay que montarlo». En aquella época era director del aula de teatro de la Universidad de Almería, y la puse en escena con actores aficionados. Después de aquella experiencia me quedó el gusanillo de hacerlo a nivel profesional con mi compañía.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la pieza?
—Lo que más me enganchó fue el verbo de Juan Mayorga, la palabra. La obra de teatro en sí tiene un valor literario brutal. No en vano le concedieron el año pasado el Premio Princesa de Asturias de las Letras y además es uno de los pocos dramaturgos miembro de la Academia de la Lengua. La forma de hablar que tiene y como utiliza la palabra es algo fundamental. Pero también, sin duda, el contenido. Es una obra de teatro que narra, o pone ante nuestros ojos, un hecho tan descarnado como cruelmente atractivo al espíritu humano como fue el Holocausto. Su propuesta es brutal, te engancha tanto si eres persona de teatro como si no.
Se trata de un texto que ha sido traducido a catorce lenguas y que ha llegado a escena en 33 producciones profesionales. ¿Supone ello una presión añadida?
—Sin duda. Estamos hablando de la obra más internacional de Juan Mayorga. Nosotros hemos hecho una versión claramente dirigida al público nacional. Pero el hecho de estar cogiendo el texto que más interés ha despertado a nivel internacional del autor es una responsabilidad añadida.
¿Es el teatro una buena herramienta contra la barbarie?
—De las más eficaces. Que se lo pregunten a Bertol Brecht, que fue perseguido por el nazismo precisamente. El teatro es una de las herramientas más eficaces, como la cultura en general, para combatir el fascismo, el extremismo y la barbarie. Y esta obra lo incorpora de una forma muy evidente y clara. Tratar de justificar desde la cultura la barbarie que se cometió siempre ha sido uno de los mayores retos de los extremismos, porque saben que la cultura es uno de sus principales enemigos y por eso tratan de utilizarla a su favor.
Y no lo consiguen…
—Lógicamente, no. Una de las primeras cosas que hicieron los nazis cuando llegaron al poder fue tratar de dominar la cultura y atacarla. Acabar con todos aquellos elementos culturales que no les resultan gratos en todas sus expresiones. Ellos señalan libros y los queman, señalan pintores y descuelgan sus obras de los museos; señalan a dramaturgos y los persiguen. Tratan de acabar con la cultura porque es su principal enemigo. Si consiguen acabar con ella, tienen serias posibilidades de vencer. Por suerte, no lo han conseguido, y seguimos luchando desde la cultura para que no lo consigan.
Estamos hablando de teatro histórico. ¿Cómo conecta con la actualidad?
—Digamos que es aparentemente histórico, porque la obra está inspirada en un hecho que ocurrió realmente. La visita de una delegación de la Cruz Roja a un campo de concentración. Pero no es solo teatro histórico, sino también un llamado a nuestras conciencias. Una forma de acometer otro punto de vista del Holocausto que lo que trata es decirnos que estamos concernidos, que el público está concernido en todo eso que se está contando. No es tan solo la narración de unos hechos que ocurrieron la friolera de ochenta o setenta años atrás. Nos está hablando de algo que podría estar ocurriendo ahora mismo con lo que estamos viviendo en España, en Europa, en Estados Unidos, Brasil. Es una obra que de alguna forma viene a remover nuestras conciencias y a decirnos que nos podemos encontrar con los mismos monstruos y los mismos fantasmas en pleno siglo XXI.
La obra pivota en torno a la apariencia y la realidad. ¿Cierto?
—Sí, es una especie de juego metateatral en el que los actores estamos representando de alguna forma una ficción delante público. Pero lo que estamos diciendo es que delante de otro público, como es uno de los protagonistas, el hombre de la Cruz Roja, se está también representado una ficción para engañarle y hacerle creer que ese campo de concentración que está visitando reúne unas condiciones más propias casi de un balneario que de un campo de exterminio. Hay un juego simbólico del teatro dentro del teatro.
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Antonio Fernández, actor y director: «El teatro es una de las herramientas más eficaces para combatir la barbarie» ¿Ah sí? Vaya por Dios! Otro ejemplar de la cultureta progre, que acostumbran a utilizar ese vocabulario cursi para deslumbrar a incautos e indocumentados. Qué lástima, Sr. Fernández, que la época dorada del teatro ruso durante el zarismo pre-bolchevique, con extraordinarios autores del nivel de los Aleksandr Sumarókov, Mijaíl Jeráskov, y sobre todo, Denís Fonvizin, no fuera suficiente "herramienta" para impedir la barbarie y el genocidio marxista-leninista-stalinista que asoló aquel país y otros de su entorno durante 70 años ¿verdad?