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José Luis Rodríguez Zapatero manifestó recientemente que en lo que resta de legislatura confía en remontar los porcentajes adversos que le atribuyen al PSOE los últimos sondeos de cara a las elecciones generales de 2012. Desde el PP, por su parte, Mariano Rajoy espera que dentro de un año y medio las urnas le situarán al fin en el palacio de la Moncloa.

De modo que España está embarrancada en una grave crisis económica pero sus líderes políticos aprovechan los mítines de fin de semana para alentar a sus respectivos auditorios sobre las firmes expectativas de victoria. Porque la cuestión es que este país se halla en una permanente campaña electoral y el calendario político enlaza con pasmosa naturalidad las sucesivas convocatorias.

No hace falta situar al lector: El 28 de noviembre se celebran los comicios autonómicos en Catalunya y José Montilla -PSC- y Artur Mas -CiU- llevan muchos meses de campaña. En realidad, primero se embarcaron en la precampaña de la precampaña y actualmente, en este lluvioso octubre, ya transitan por la precampaña de la campaña. Por otro lado, los equipos de ambos candidatos se muestran sumamente escrupulosos y vigilantes sobre los aspectos formales y la comunicación propios de la campaña que no cesa. Da la impresión de que se concede más importancia al marketing que a los programas con los que concurren a las elecciones. Desde hace mucho tiempo la política catalana, la que se desarrolla cuando menos en el Parlament y en los principales ayuntamientos, se halla adornada por un mosaico de claves electorales. Todas las actuaciones tienen su correspondiente proyección electoral para obtener a su vez la mayor rentabilidad electoral, valga tanta redundancia electoral pero es que, a la postre, esa es la gran consigna que parece presidir el conjunto de la acción de gobierno o de oposición. Gobierno y oposición que cuentan naturalmente con la colaboración, casi a destajo, de sus comentaristas y tertulianos palmeros en los medios de comunicación, una tarea -para unos gratificante y para otros sencillamente vergonzosa- en la que, puestos a marear la perdiz, no ha faltado un amplio debate -predebate para entendernos- sobre las condiciones a regir en los grandes debates públicos de los candidatos.

Si bien desde hace muchas semanas Catalunya ocupa una parcela destacada en la inmensa feria electoral, este certamen permanente alberga otras citas de mayor alcance político: Los comicios municipales y autonómicos de mayo de 2011 y los legislativos de 2012. Para tales convocatorias, los principales candidatos protagonizan ya una larga precampaña que va en detrimento de las energías precisas para llevar a cabo una eficiente gestión política de los grandes problemas que acucian a la ciudadanía. Se opera así un escandaloso despilfarro político -de tiempo y dinero- del que los medios de comunicación no son ajenos. Porque los medios de comunicación son los primeros en dar excesiva cancha a la cadena de precampañas y campañas que conforman una realidad política cada vez más alejada de la realidad de la calle. Una calle en la que las preocupaciones prioritarias no se centran en las elecciones, sino que se llaman incertidumbre económica, paro y una creciente desconfianza en la clase política.

Ante semejante panorama, considero que los medios informativos deberían ejercer con más asiduidad la autocrítica respecto al papel que desempeñan en la ruidosa feria electoral; y revisar, si procede, sus líneas de actuación en este campo. Con toda seguridad, recibirían el sincero agradecimiento de la mayoría de sus lectores, oyentes y telespectadores.