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E n función del índice de difusión del medio, es evidente que son numerosas las personas que leen las columnas de Carlos Boyero en las páginas de televisión -pantallas- del diario "El País". Boyero, quien antes de fichar por ese rotativo firmaba en "El Mundo", es ciertamente un comentarista singular y culto, aunque es su crítica cinematográfica la que tiene al parecer más seguidores entre el público lector. En los últimos días sin duda han sido muchos los lectores que han prestado especial atención a los artículos de Boyero sobre el reciente Festival de Cannes.

En su columna de televisión, Carlos Boyero toca una amplia gama de temas y con frecuencia muchos de ellos nada tienen que ver con la actualidad televisiva. Boyero es muy suyo. La pequeña pantalla es una simple excusa. Nada nuevo. En el área de contenidos periodísticos casi todo está inventado, incluso el articulismo en las páginas de espectáculos o entretenimiento. A los lectores que pudieran pensar que este tipo de comentarios surgieron hace cuatro días hay que advertirles de su error. En realidad hace varias décadas que se implantó esta fórmula periodística en nuestro país, una sección que nació en los años 70 y uno de cuyos pioneros fue Pere Bosch Fiol, periodista mallorquín que trabajaba en "Última Hora" de Palma. Su fallecimiento, acaecido creo recordar a finales de la mencionada década, dejó un vacío tremendo entre los lectores que seguían sus punzantes escritos. Pere Bosch también era muy suyo. Durante cuatro años tuve la suerte de coincidir con él en las aulas de la Escuela de Periodismo de la Iglesia de Barcelona. Sus dos metros de humanidad albergaban una lúcida capacidad para el análisis social y político en aquellos intensos años del tardofranquismo y la transición a la democracia, y sus profesores y compañeros fueron los primeros en poder apreciarlo.

Pere Bosch Fiol no se limitaba a escribir y orientar sobre las novedades que brindaban el cine y la televisión. Siempre había un trasfondo político en sus artículos. Bosch fue un maestro en el recurso de la ironía, pero prefiero resaltar la frescura que respiraba su prosa directa, precisa, muy precisa, muchas veces terriblemente ácida, para retratar una realidad que le irritaba. El lector siempre aprendía de las enriquecedoras reflexiones que plasmaba en sus escuetos artículos. Por ello quiero hacer constar, hoy y aquí, que Bosch supo crear escuela. Lástima que la muerte segara tempranamente su brillante carrera.