Rudy Fernández aplaude al público de Lille tras su último partido como jugador profesional. | Matteo Marchi

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La lección de fe y compromiso dada por la selección española de baloncesto ante Canadá no se saldó con victoria (88-85). Pero sí fue el reconocimiento sobre la pista que el equipo, la Familia, quiso brindar a su gran líder, a su capitán, en su última aparición sobre el parqué como jugador. Atrás quedan 20 años y unas semanas de apuesta siempre firme por un equipo, por una camiseta. Se fue Rudy Fernández (Palma, 1985) por primera vez en seis Juegos Olímpicos, lo nunca visto, sin un diploma, sin jugar los cruces de cuartos de final. Estados Unidos le apeó en dos ocasiones (Atenas 2004 y Tokio 2021); en las otras tres anteriores, hubo premio: dos platas (Pekín 2008 y Londres 2012) y un bronce (Río 2016).

Pocos apostaban por un equipo en plena transformación en el 'grupo de la muerte'. Y menos tras la derrota inicial ante Australia. Se levantó España ante Grecia, la misma que con su triunfo ante los oceánicos llevaba al equipo de Scariolo a una situación límite: ganar a una Canadá que quería ser primera o hacer las maletas. Siempre a remolque ante un equipo talentoso, España tuvo la opción de levantar el partido en un cuarto final prodigioso de Brizuela y Pradilla, una 'segunda unidad' que mantuvo vivo el sueño de alargar la vida deportiva de Rudy, al menos, 40 minutos más y poder pisar así París, el Arena de Bercy.

Su inseparable Sergio Llull la tuvo, pero salió cruz. Por primera vez en un cuarto de siglo, España caía en la fase de grupos, y con ello, se echaba el cierre a una trayectoria ejemplar. "Sieno tristeza y paz. Paz porque llega el momento de estar tranquilo con la familia, y tristeza porque he vivido muchísimas cosas con esta selección y el baloncesto, también en clubes, y que ya no haya más torneos ni viajes, tiene ese ambiente de tristeza y el equipo se echará de menos", aseguraba Rudy minutos después de abandonar por última vez una cancha de baloncesto como jugador en activo.

Rudy Fernández, abandonando la cancha tras la derrota ante Canadá.

Lo hace a lo grande. En unos Juegos, los sextos, los que le convierten en leyenda del baloncesto olímpico. Y cumpliendo la promesa que le hizo a su padre. Ante la mirada de los suyos, de un país al que ha aportado once medallas, seis oros -dos Mundiales y cuatro Europeos-, 266 internacionalidades que le colocan al frente de la lista, y una larga ristra de títulos sumados con el Real Madrid y el Joventut, al que llegó tras mostrar buenas maneras en la inagotable academia del Sant Josep Obrer, donde él y su hermana Marta comenzaron a cogerle el gusto a lo que sería su forma de vida.

Rudy se va. Para Llull también fueron sus últimos Juegos. Tal vez Álex Abrines resista en el ciclo hacia Los Ángeles 2028. La edad dorada del baloncesto balear llega a su fin, pues Alba Torrens también vive su 'last dance' olímpico, aunque ella sí pudo sacar billete para cuartos. Ese partido que le faltó a Rudy en su adiós (casi) completo. Pero que llega en un escenario único, apreciado por él. Y dándolo todo hasta el último segundo. Como siempre ha querido y ha pedido defendiendo la camiseta con el número 5 de España.

Sin Rudy, sin guía y capitán, se abre un nuevo ciclo para la selección española, a la búsqueda de una identidad que otorgue continuidad al sello que el mallorquín y su generación le han dado a un equipo que ha devuelto la ilusión por el baloncesto a todo un país.