La dieta estándar de un periodista de rango raso durante unos Juegos Olímpicos es la peor pesadilla de un endocrino. Un rompecabezas imposible de resolver por cualquier nutricionista. Una aventura por encontrar un momento, un lugar y algo en condiciones -y a qué precios en ocasiones- que echarse a la boca. La carga en el supermercado de turno, en mi caso una tienda oriental en la calle en la me alojo, dibuja la cesta de la compra básica para tirar durante todo un día de viajes en metro, RER, autobús, caminatas o tranvía. Barritas, galletas, snacks... cosas ligeras y que abulten poco.
DIARIO DE PARÍS
La dieta del periodista
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