La plantilla del Mallorca, en corrillo, durante la sesión preparatoria de este sábado en Son Moix | UH

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El Mallorca necesita este domingo una noche mágica. Una de esas funciones bañadas por la épica que permanecen grabadas para siempre en la memoria colectiva y en las que la grada acaba formando parte del césped. Once meses después, el equipo de Vicente Moreno llega al final del camino y si quiere ponerle el lazo del ascenso a una temporada brillante ya no existe otra vía. Golpeado con dureza en Riazor, donde perdió efectivos y acumuló una deuda de dos goles, el cuadro balear tiene noventa -o ciento veinte- minutos para dejarse el alma y vaciarse los bolsillos, porque una vez que se detenga el balón ya no volverá a rodar hasta la temporada que viene. Solo queda una bala. Y la plantilla está convencida de que sabrá aprovecharla (Son Moix, Movistar Partidazo, 21 horas).

El Mallorca llega magullado a la estación final, pero está entero, no ha perdido el conocimiento y desde el vestuario siguen emitiendo señales para la esperanza. El tablón al que se agarra el conjunto rojillo son las murallas de Son Moix, tras la que esconde habitualmente su versión más letal y efectiva. Esta vez precisará además de una actitud heroica para invertir lo que sucedió en la primera batalla de esta guerra y atravesar, seis años después, las puertas del cielo.

Contundencia

En Son Moix se encuentra el salvoconducto hacia la gloria para el Mallorca acostumbrado a crecer varias tallas cuando actúa en el salón de su casa. La única baja es la de Mar Pedriza, sancionado con dos encuentros después de su expulsión. Son Moix arropará al equipo mientras se posesiona ante el monstruo final, que guardará bajo su manto un ascenso con el que nadie fantaseaba hace once meses cuando el Mallorca acababa de emerger de las alcantarillas de la Segunda B. Ha sido una gran campaña. Este domingo, además, podría ser eterna.